Algo evidente en estos tiempos es la tendencia a satisfacer de forma inmediata todos los deseos. Y así hemos ido creando un mundo virtual que, poco a poco, ha ido devorando lo real. En Facebook o en el Whatsapp podemos ser las personas más maravillosas o, también, auténticos canallas; podemos revelar lo mejor y lo peor de nuestra personalidad; bendecir y maldecir, exaltar al amigo y destruir al enemigo, insultando y difamando sin piedad. Esta era digital también refleja la contradicción y la miseria del hombre. Tendríamos que preguntarnos si, en el mundo de lo real, somos tan honestos, solidarios y valientes como aparentamos, refugiados en la pantalla de nuestros desahogos… De esta contradicción forma parte Pokémon Go, un juego de moda que combina virtualidad y realidad, a la caza de un ser imaginario que, una vez más, nos hace soñar y buscar lo que no existe. La realidad, de la que escapamos incapaces de afrontarla, se convierte simplemente en el decorado de nuestras huidas. Al final, tendremos que reconocer que todo vale con tal de alimentar nuestros deseos y pasiones, es decir, nuestro ego.
No es la primera moda ni será la última. Los hombres necesitamos sentirnos seguros, arropados en medio de esta loca carrera que no nos lleva a ninguna parte, que nos mantiene entretenidos pero nunca comprometidos con la realidad. Pokémon Go también es una oportunidad para preguntarnos si algún día pondremos el mismo empeño en buscar las raíces de la pobreza, de la exclusión o de la violencia. Comprendo que la realidad que nos rodea no siempre agrada y que ojos que no ven,… corazón que no siente. Pero una cosa es compensar y equilibrar los desajustes y los excesos de la vida y otra, muy diferente, huir de la realidad abandonando el compromiso de ser humano.Para comprender esta huida hacia adelante conviene ubicarse en el contexto de la postmodernidad, de esta desorientación que todo lo invade, de este relativismo moral en el que estamos inmersos hasta las cejas. Importa el éxito, el bienestar personal por encima de todo. Y, si la realidad lo contradice, podremos crear nuestros mundos virtuales en los que siempre sentiremos la satisfacción de ser los amos.
Con preocupación pienso en los jóvenes, especialmente sensibles al halago de lo virtual. Y me pregunto si, en medio de este juego de evasiones, sabrán mirar la realidad con los ojos del corazón y sentir la nostalgia de la justicia, de la equidad y de la paz. En este mundo de senderos bifurcados y encrucijadas, en el que todo vale con tal de sentirnos bien, parece evidente que Pokémon puede llenar nuestros vacíos mentales y emocionales más que el compromiso solidario de responder al dolor del hombre. La tentación de huir de la realidad es una vieja historia… Pero hoy la tentación se ha convertido en una cultura que nos tiene secuestrados. Este es el problema.