Carlos A. Montaner
Vladimir Putin aclaró que Rusia no reabriría las operaciones de inteligencia electrónica de la base “Lourdes”. Sería meterse nuevamente en la cama con los Castro.
“Lourdes”, base instalada en 1964, fue abruptamente clausurada en 2001 por Putin, acción que no perdonaron Fidel Castro ni los nostálgicos kagebistas del comunismo, como su exjefe, el general Nikolai Leonov, quien lo manifestó años atrás a los medios rusos.
Leonov recuerda que Putin llegó al poder gracias Boris Yeltsin. En agosto de 1991, el KGB forjó un golpe político-militar para liquidar a Mijail Gorbachev y sus reformas.
A 24 horas de iniciado el movimiento, Putin, teniente-coronel del KGB, renunció para irse con Yeltsin, quien abortó el coup d´etat. Sus excompañeros lo consideraron un traidor.
El 31 de diciembre de 1999 Yeltsin, enfermo y alcoholizado, renuncia dejando a Putin al frente de la Federación Rusa. Juntos habían enterrado la URSS.
Yeltsin y Putin sabían que Fidel Castro era un estalinista. Lo sabían, porque al desertar Jesús Renzolí, embajador cubano en Moscú, reveló que algunas conversaciones conspirativas para restituir la dictadura soviética se hicieron desde la sede cubana.
“Lourdes” permaneció abierta mientras gobernó Yeltsin. Pero, al sucederle Putin, fue cerrada tan sorpresivamente que Fidel y Raúl se enteraron por la prensa. Durísimo golpe contra la vanidad de ambos personajes.
¿Qué buscan Castro y Putin en esta nueva etapa de relaciones?
El cubano –está clarísimo– busca armas para renovar su herrumbroso arsenal, plantas eléctricas y créditos e inversiones para sus elusivas prospecciones petroleras. Ofrece como garantía petrodólares venezolanos –su única fuente financiera-, pues no tiene qué exportar a Rusia, ni siquiera médicos, poco respetados allí.
El Presidente ruso, con problemas con la Unión Europea, busca mercados, para lo cual –y esta reflexión es del analista Sánchez Berzaín— le conviene arreglarse con Raúl Castro, porque es el godfather de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, mientras mantiene magníficas relaciones con Argentina, Brasil y Uruguay.
Dentro de esa realidad era razonable condonar el 90% de la deuda cubana, asignando el 10% restante a inversiones en la Isla… si pagan claro, algo improbable, porque ellos suelen vivir de la mendicidad revolucionaria.
Hace muchos años, cuando conocí a Boris Yeltsin, lo escuché expresar su temor a que el KGB le paralizara el corazón con ondas de radio que producían fibrilaciones. Yeltsin no quería a Castro.
Ignoro si Putin controló a sus excompañeros de la inteligencia o si cree que ya pasó el peligro. Tampoco sé lo que realmente piensa de los hermanos Castro.