¿Rateros de derechas e izquierdas?

Agotados los enormes ingresos por las exportaciones de materias primas, los populismos del socialismo del siglo XXI, luego de un amplio momento de inversiones públicas sin control, de borrachera consumista y de reparto clientelar de las migajas del gran pastel, se hunden, llevando consigo a sus países y a los pobres que creyeron en ellos.

Pero se derrumban en medio de rechazo social por su ineficiencia en el manejo del gobierno, y sobre todo, del desprecio colectivo, por el destape de los cuantiosos casos de corrupción y cinismo extremo, como en la Argentina, ‘la ruta del dinero K’ de los Kirchner.

La crisis económica rompe con ese decir populista de las masas, que sepultó la ética a nombre del pragmatismo: “que robe nomás, al menos hace obra”. Sin plata, ya no hay obras, ni reparto de migajas. Por lo tanto, “si robas, ya no te justifico”, comienzan a pensar amplios sectores sociales, alejándose de los caudillos del socialismo del siglo XXI, debilitando su fuerza política.

Sin embargo, los partidarios, de los ‘gobiernos progresistas’ lo justifican todo. En el caso de Brasil es patético. El juicio político a la Sra. Dilma Rousseff, en cuyo trasfondo está la crisis económica y la corrupción del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), caso Petrobras y tráfico de influencias, es denunciado como un golpe de estado, propiciado por un “grupo mayoritario de diputados y senadores corruptos, mafiosos, torturadores”, de la más recalcitrante derecha.

Tal defensa, que no puede ocultar la descomposición ética del Gobierno, que involucra al mismo Lula da Silva, tiene como alternativa, endilgar corrupción a sus oponentes: “Vos más ladrón que yo”, dirían los militantes del PT. Siendo así, el drama de Brasil podría leerse, no solo como una lucha política, con salida constitucional, entre proyectos políticos rivales salpicados por corrupción, sino como una disputa de hegemonía entre diversas jorgas de rateros de cuello blanco, con rótulos políticos, en el marco de una pantomima de democracia.

A eso hemos llegado en América Latina, donde lo ideológico y político es una máscara para asaltar legalmente los fondos públicos. Entonces la gente se pregunta: ¿Quién es más infame, el delincuente de derechas o el de izquierdas? En principio los dos, pero el autodenominado de izquierdas hurta algo más, ya que a nombre de los ideales de la justicia, solidaridad, libertad y de la historia, se carga, no solo con la plata de sus países, sino que saquea la confianza y el espíritu de la gente, vaciándole de energía, dignidad y utopías.

La crisis no solo es económica y política, sobre todo es de descomposición ética y moral. Ante tal, la sociedad civil y los políticos honestos de América Latina tienen, en primer término, que recuperar la democracia y el sentido solidario y ético de la política.

mluna@elcomercio.org

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