Impresionado por los vertiginosos cambios de la policía internacional, sobre todo a propósito de la dolorosa tragedia de Siria, el ex Canciller ecuatoriano, José Ayala Lasso acaba de escribir un ensayo acerca de lo que él llama “el renacer de la importancia de Rusia” en aquel ámbito, y lo atribuye primordialmente a la habilidad y la determinación del primer ministro, Vladimir Putin.
Se mencionan tres ejemplos recientes y se concluye que por estas razones comentaristas “de muchas partes del mundo hablan de Putin como el nuevo Zar -era el título tradicional de esa monarquía- y lo comparan con el tenebroso Rasputin”. Pero ¿quién fue este otro personaje nacido entre los últimos años del siglo XIX y los años iniciales cargados de drama del siglo siguiente? Por entonces la inmensa Rusia estaba gobernada por un inepto Nicolás II, sin comprensión alguna en torno de los cambios que se arremolinaban en el resto del planeta. El soberano era un hombre de familia, casado con la zarina Alejandra, de cuyo matrimonio habían nacido ya cuatro hermosas princesas pero todavía no se había garantizado la sucesión dinástica, que solo correspondía a un heredero varón. La demora de éste había influido sobre la zarina con consecuencias que resultarían inimaginables, porque cuando al fin llegó el pequeño ‘zarevitz’ la obvia alegría de su alumbramiento, se vio enseguida oscurecida por una sombra cada vez más obsesionante, y era que el recién nacido llevaba la marca de hemofílico, o sea que no podía coagularse su sangre y por eso cualquier lastimadura o lesión interna podían serle fatales.
Desde entonces toda la vida de la familia real giró alrededor de esta angustiosa paradoja. Pero de pronto ocurrió lo que se temía: el niño tropezó cuando saltaba hacia un rústico muelle y la herida no daba señales de remisión. Por la desesperación de los padres, dos princesas menores conocidas como “las montenegrinas” y fueron el vínculo para llegar hasta un personaje disoluto que solía vagabundear por las afueras de la capital. Había nacido en Siberia y demostraba una desmesurada capacidad para tolerar toda clase de bebidas espirituosas, pero además disponía de factores magnéticos y misteriosos que una y otra veces ejercería sobre el príncipe, consiguiendo salvar sus peores crisis y transformándose en elemento imprescindible del entorno palatino. Luego por cierto también intervendría en otros campos, particularmente por el estallido de la Primera Guerra Mundial.
El final para Rasputin llegó cuando un complot de individuos de la alta nobleza tramó su muerte, desesperados ellos por la perniciosa influencia que aquél ejercía sobre la propia familia del monarca y más en general sobre la desastrosa conducción del conflicto bélico, todo lo cual desembocaría solo unos meses más tarde en la revolución llamada bolchevique, que tan hondamente modificó la vida social, económica y política del borrascoso y atormentado siglo XX.