Por mandato expreso de la Constitución, el Jefe de Estado rinde cada año su Informe a la Nación. Y lo hace ante el ente legislativo por su representación de la diversidad política.
Desde el retorno a los gobiernos civiles cuatro presidentes no pudieron rendir su informe final.
La tragedia que segó la vida del líder y símbolo de la época de cambio Jaime Roldós lo impidió.
Luego los presidentes Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez salieron abruptamente del poder y no cumplieron el rito. Llama la atención que, contrariamente a la norma y tradición, el actual Mandatario haya hecho énfasis en que este informe era el último.
No se sabe si se quiso establecer una polémica sobre el tema – en generar debates de toda índole sus cercanos son expertos – o si, en efecto, el Presidente no quiere estar en ese informe final que debiera ser el 24 de mayo de 2017 con un nuevo presidente listo para su posesión aquel día.
También se ha cambiado varias veces la fecha del Informe. Desde el retorno a la vida civil, los discursos solemnes se pronunciaban el 10 de Agosto, que es además fecha histórica y cívica.
Luego, con motivo de la Constitución de 1998, se cambiaron al 15 de enero, con el argumento de empezar el período con el ejercicio fiscal. La Carta de Montecristi volvió a cambiar la norma y se estableció otra fecha cívica, esta vez el 24 de Mayo. Un acto que siempre debiera ser solemne y en el que desde el advenimiento al poder de Rafael Correa ha ido incorporando elementos de escenografía, propaganda, música y aún ‘actores’ políticos múltiples, cuyo rol no es el formal ni está expresamente previsto en la norma.
Osvaldo Hurtado entregó el poder con un período dominado por temas como el recuerdo de la guerra de Paquisha, la muerte del presidente Roldós, la sucesión impensada, y la penuria económica que un fenómeno de El Niño devastador juntó a la crisis de la deuda latinoamericana.
El período de Febres Cordero fue signado por la confrontación política con las fuerzas progresistas, la asonada de la FAE, el secuestro de Taura y el terremoto de 1987, en un ciclo no exento de pugnacidad.
Rodrigo Borja hubo de capear las medidas de ajuste, una inflación insoportable y la pérdida, a mitad del mandato, de la mayoría legislativa de la que gozó en la primera parte. Luego llegó la propuesta del arbitraje papal para solucionar el diferendo con el Perú y el mapa continental estuvo copado por la iniciativa para las Américas que recibió en una visita oficial al presidente Bush.
Sixto Durán Ballén sorteó un período de dificultades marcado por la Guerra del Cenepa de la que el Ejército ecuatoriano supo salir con bien pero que causó sacudones económicos. En su último año fue el juicio al vicepresidente Dahik y su salida del país.
Y llegó el vértigo. Fabián Alarcón tuvo un polémico interinato. Gustavo Noboa completó sin sobresaltos el período de Mahuad y Alfredo Palacio entregó el poder a su fugaz ministro: Rafael Correa que debe rendir la cuenta final el próximo 24 de Mayo.