A Quito le pesa su condición de capital. Ser la sede del gobierno le beneficia en generación de empleo en la burocracia, o en la inversión estatal en alguna infraestructura. Por ser centro del poder, en su interior circula información y debate político, que la hace la ciudad más politizada del país. Quito desde la colonia fue el epicentro de múltiples revoluciones y poderosas movilizaciones de quiteños y quiteñas, que derrocaron a caudillos autoritarios. Capital político acumulado en su gente.
Pero, la mayoría de los líderes quiteños, que surgen de los barrios y universidades, tienen puesta su mirada en el palacio de gobierno, en el palacio legislativo y no en el palacio municipal.
Esto no pasa en provincia, donde, los más destacados cuadros políticos, se disputan por administrar bien a su ciudad. El mejor ejemplo es Guayaquil.
La debilidad de los partidos “nacionales”, autogenerada desde hace décadas y acelerada por el correato, no les permite asumir con oportunidad y eficiencia un rol permanente de vocería de la sociedad civil frente a los gobiernos, menos aún tienen capacidad para responsabilizarse de los temas locales. La verdad es que los partidos han sido siempre maquinarias electorales de presencia coyuntural. Esta ausencia de liderazgo político local la siente con más fuerza la capital, por la vocación nacional de sus mejores cuadros, como se ha dicho.
El modelo concentrador y autoritario del correato tuvo como estrategia el debilitamiento y despolitización de la sociedad y de los poderes locales. Pero Quito, embobada como todo el país en los primeros años, embriagada por el consumismo de los burócratas platudos ligados al partido gobernante, logró despertarse. Resistió y se movilizó.
Una de las acciones de resistencia fue votar por un político joven pero sin experiencia en la gestión pública. Mauricio Rodas se encontró con la alcaldía. Casi le cayó del cielo. Por su puesto que él puso lo suyo, pero la mayoría de votos, no fueron para él, sino contra el desprestigiado mesías, que lideró la campaña de A. Barrera, alcalde oficialista, que quería reelegirse.
Lo cierto es que M. Rodas tenía cualidades políticas, pero no estaba preparado para la alcaldía de Quito, ciudad inmensa y compleja. En estas semanas cientos de miles de quiteños, con la basura hasta las orejas, o sin agua, sintieron las consecuencias de este borroso liderazgo. Quito vive una trampa histórica a las puertas de la elección de su nuevo alcalde. Orfandad de liderazgo. Quizá aparezcan cuadros preparados, que no utilicen a Quito como trampolín y que entiendan que gobernarla es un tema de ligas mayores. Que elaboren soluciones a los graves temas coyunturales. Pero, sobre todo, formulen con la gente, un proyecto de ciudad que dé sentido a esta urbe incierta, pero con Metro.