El 26 de mayo de 1969 (hace 45 años) se firmó el primer acuerdo de integración subregional, con la participación del Ecuador, y se estableció la Junta del Acuerdo de Cartagena.
Fue una excelente idea en su momento y allí nació un proceso que con el tiempo se fue debilitando hasta llegar a las actuales circunstancias, en donde más prevalecen en la región las posiciones político ideológicas que el pragmatismo. Hace pocos días, Pepe Mujica, presidente de Uruguay y un auténtico demócrata, volvió a sentar cátedra de lo que debe ser una práctica política eficaz en las relaciones internacionales, sin rimbombancias ni estridencias que a veces convencen a ciertos auditorios y a los pueblos, más aún cuando existe abundante propaganda oficial.
Con ocasión de su reciente visita a EE.UU. volvió a exhibir su sencillez y su pragmatismo al abrir el camino para los acuerdos, sin renunciar a sus críticas al establecimiento, a las inequidades en el mundo y de reclamo a la necesidad de la generación de empleo para enfrentar a la pobreza. Uno de los grandes temas que puso en el debate es la integración, pero desde una óptima muy práctica. Preguntó: para qué la integración y respondió: Latinoamérica debe seguir persiguiendo la integración pero no para joder a otros sino para fortalecer las relaciones sociales y políticas en la región.
Se mostró contrario a las polarizaciones en una sociedad clasificada entre los buenos y los malos, los fieles seguidores y los opositores a los que se les ve como enemigos, sin entender bien los procesos históricos y democráticos. Su argumento es que en el mundo no existen blancos ni negros sino grises y que es necesario construir alianzas con el objetivo primordial de crear empleos y liquidar a la pobreza.
La naturaleza de EE.UU. no vamos a cambiar con gritos histéricos ni con lamentaciones. Cuando vengo a la Casa Blanca no dejo nada por el camino, fue su mensaje. Fue duro al criticar por los presos de Guantánamo y sostuvo que no tiene nombre la barbaridad que han hecho. Sin embargo, su mensaje fue muy claro a la región. En su opinión, muchos líderes se mueven por los titulares de prensa, pero a los pueblos no hay que adularlos sino enseñarles a pensar, no a tenerles contentos con dádivas; invertir primero en la educación porque un pueblo educado tiene mejores opciones de vida y es difícil que lo engañen los mentirosos y corruptos.
Sus mensajes profundos, cada vez que habla, dejan lecciones que no son asimiladas porque más pueden la demagogia, el show, el discurso altisonante para mantener cautivos a los electores que, contrariamente a teorías económicas y sociales que dicen enarbolar, no enseñan a pescar sino mantienen en la vagancia o en la distorsión con la entrega del pescado o el dinero de por medio. ¿Acaso, la confrontación ideológica da de comer a los pobres y genera empleo?