En mi anterior artículo propuse los motivos principales para impulsar el desarrollo de nuestra inteligencia emocional. En este, exploro dos factores que, con similar y hasta a veces mayor fuerza, tienden a inhibir ese desarrollo. Divido la exploración en dos momentos: el de las influencias negativas que son ejercidas sobre los niños, que poco o nada pueden hacer al respecto, y el de las inhibiciones posteriores que podemos sentir personas adultas, ante las cuales sí tenemos posibilidades de acción.
El desarrollo emocional de los niños es frecuentemente inhibido por padres, madres, abuelos, profesores y otros adultos, que les provocan miedos, dolores, resentimientos, poco auto-amor y poca confianza en sí mismos, a través del maltrato, la violencia y la ausencia de afecto, de ternura y de respeto. A nosotros los adultos nos corresponde evitar la inhibición del sano desarrollo afectivo de nuestros niños y, al contrario, estimular su sano crecimiento emocional.
Pero para poderlo estimular, necesitamos haber alcanzado un razonable nivel de propio desarrollo emocional, que en muchos de nosotros fue inhibido por negativas influencias sobre nosotros de nuestros padres y otros adultos. Se vuelve entonces esencial explorar los factores que inhiben la capacidad de los adultos para seguir creciendo emocionalmente. Este segundo conjunto de factores se deriva más bien de creencias y actitudes sobre las cuales sí podemos actuar.
El primero de estos es la equivocada creencia de que no hay nada que podamos hacer, que recoge el dicho popular “genio y figura hasta la sepultura”.
Las evidencias son más que contundentes de que está equivocada esta creencia, que fue aceptada en algún momento durante la evolución del pensamiento sicológico moderno. Al contrario, como señala el gran sicólogo de la Universidad de Harvard Robert Kegan, los adultos somos capaces de evolucionar a través de hasta cinco sucesivos niveles de madurez adulta, en el más alto de los cuales podemos alcanzar profundos niveles de sabiduría y de bondad, que nos permiten ejercer la mejor de las influencias sobre los niños y jóvenes.
Un segundo factor que inhibe la capacidad de los adultos para seguir creciendo emocionalmente es la idea de que no es correcto juzgar a nuestros padres o a las formas tradicionales bajo las cuales nos criaron. No comparto este criterio.
Guardando el debido respeto y afecto por nuestros padres, creo que es esencial preguntarnos si estamos o no de acuerdo con cómo nos criaron.
Si podemos reconocer que el excesivo rigor y la hasta caprichosa imposición de su autoridad, que muchos de nosotros sufrimos, ejercieron influencias negativas sobre nuestro desarrollo, podremos vencer el temor reverencial que nos inspiraron y la resistencia al sano cambio que este ejerce.