No es solo por el apellido carchense ni por el mineral que hiciera incorporar en la harina de consumo popular para combatir la anemia, al tiempo que promocionaba el uso del yodo contra el bocio endémico. Lo de puro fierro tiene que ver, sobre todo, con la fortaleza física y espiritual de este descendiente de los ‘pupos’ rebeldes que, con un artículo, le casó pelea al anterior dueño del país. Me refiero, claro está, a Rodrigo Fierro Benítez, quien acaba de cumplir 85 años y ha lanzado sus memorias con el desenfadado título de ‘Escritos del yo’.
Nadie ignora que el género de la autobiografía se presta para entonar cánticos en yo mayor, pero ni falta que le hacen a este endocrinólogo, investigador de la Politécnica, riguroso catedrático de la Universidad Central durante 43 años, autor de varios libros, columnista de este Diario desde 1981, y, sí, fumador empedernido porque alguna mancha debía asomar en su abrumador currículo de cursos dictados o recibidos en grandes universidades, de descubrimientos de aplicación mundial, de congresos, seminarios, proyectos y cuanto hay.
Luego de leer sus memorias y algunos de sus artículos, fui a entrevistarlo largamente en su consultorio de la plaza Indoamérica, no por mera curiosidad sino porque estoy recogiendo una memoria oral de la Facultad de Medicina y él es uno de sus íconos con patas, por decirlo con delicadeza pastusa. Allí estaba, con su mandil blanco, los gruesos lentes bifocales y esa clásica cicatriz en la frente. Y fue un plato escucharle narrar su vida con gestos teatrales y cambios de voz, salpicados con uno que otro carajazo que podía terminar en un tono de súplica, mientras yo suplicaba en silencio que cesara ese frío de páramo que entraba por la ventolera y que a él no le hacía mella.
Las historias de cómo se topó con los sofisticados equipos para el uso de isótopos radioactivos y cómo obtuvo 15 ‘grants’ para desarrollar la investigación de campo hablan de una mezcla de tenacidad y buena fortuna. Fue tan exitoso su método de inyectar aceite con yodo para combatir el bocio endémico que hasta China lo llevó a supervisar la inoculación a 15 millones de campesinos.
Nombrado Ministro de Salud en 1979, tuvo un desempeño fugaz pues se negó a firmar contratos de compras y construcciones que significaban un atraco a los fondos públicos. El presidente Roldós lo respaldó hasta donde pudo, pero don Buca pesaba demasiado. Se ha mantenido vinculado a centros norteamericanos de la talla de MIT y siempre ha vuelto a la España de su juventud universitaria y su primer maestro de endocrinología, don Gregorio Marañón.
Así, Rodrigo Fierro pertenece a esa estirpe de doctores que marcaron una época, tales como Jaime Chávez, el cirujano que trabajó toda su vida en el hospital del Seguro Social y a quien sus discípulos le reconocen una ética intachable y una abnegación sin límites. O sea, médicos rectos y resistentes como varillas de hierro.
pcuvi@elcomercio.org