El pueblo, ¿sabio?

Supuesto esencial de la democracia es que la soberanía política radica en el pueblo.

La gente es la única titular del poder. Quienes quieren mandar con derecho y con legitimidad deben acudir a esa fuente poder y lograr un encargo transitorio para ejercer la legislatura y el gobierno, dentro de una red de normas que obligan a todos, pero principalmente a los gobernantes.

La democracia supone libertad efectiva, entendida como participación directa o indirecta en el ejercicio del poder y en la construcción de instituciones y reglas, a través del referéndum, el plebiscito o las elecciones de representantes. Implica competencia limpia e igual entre los grupos que persiguen el poder –los partidos, movimientos o caudillos–, supone tolerancia en el proceso de competencia, reglas claras y propuestas posibles y veraces. Y lo que es fundamental: conocimiento del electorado, ilustración mínima respecto de lo que se vota.

1.- Las notas del populismo.- El populismo en las sociedades de masas y especialmente en América Latina, se caracteriza, al menos, por lo siguiente: (i) una tendencia consistente hacia la personalización de la autoridad, de modo que la gente llega al convencimiento, casi dogmático, de que la autoridad no es una institución que viene de la Constitución y de la Ley, sino una persona concreta que encarna el poder, manda, da discursos, entrega fondos y firma decretos; (ii) el constante deterioro de las instituciones, entendidas solamente como espacios o escritorios del líder; (iii) la identificación de la “ley” con los actos de voluntad del líder; (iv) la disolución de la legitimidad, esto es, el derecho moral a mandar, en los actos de voluntad, y la consiguiente confusión de la legitimidad con la fuerza de una persona con poder. Hay la idea muy extendida en el pueblo del concepto de la “mano fuerte” y de que quien gana tiene “derecho” a mandar según su arbitrio. (v) el “sentimiento” de que si la Constitución y la ley estorban al poder, hay que reformarlas a como dé lugar.

2.- La cultura política del pueblo.- El fenómeno populista opera y es muy funcional, para el líder y su grupo, cuando lo que se llama el “pueblo”, que en realidad es una ficción doctrinaria y no una entidad concreta, agota su participación política en la pura emotividad, en el sentimiento que genera el líder, en los intereses concretos que suscita, en las venganzas que despierta. En ese comportamiento hay poca racionalidad, en el sentido de capacidad crítica y analítica del votante común, que, superando la emoción o el entusiasmo ante la oferta, sea capaz de estudiar los temas y la conveniencia para el país, con suficiente información imparcial, y no solamente inducido por la propaganda. En el caso del Ecuador, esa “democracia de racionalidades” es una utopía. Lo que rige es la “democracia de emociones”, de desfiles, concentraciones y discursos. Siempre ha sido así, solo que al balcón de Velasco Ibarra le reemplazó la pantalla de televisión, el micrófono y los demás medios audiovisuales; solo que en los últimos tiempos el ‘marketing’ es mucho más sofisticado y sabe atacar mejor el subconsciente y los sentimientos primarios de la gente. El poder, hoy, es una construcción mediática.

Por otra parte, a la mayoría de la población, por sus condiciones precarias de vida y su limitada educación, no se le puede pedir ilustración política alguna que le permita juzgar objetivamente los temas. Pedirle al pueblo opiniones de abstracción académica notable es caer en una evidente desnaturalización de la democracia participativa.

3.- Referéndum, ¿una utopía funcional? .- Ahora, entre la marea incontenible de la propaganda, camina otro “referéndum/plebiscito” para que el pueblo, en ejercicio de su soberanía (¿?), decida si entran en vigencia o no cambios a aquella Constitución por la que la mayoría votó, así mismo, a ciegas. Entonces, hay que preguntarse: ¿en verdad, objetiva y sinceramente, más allá de los intereses “ilustrados” que hay tras el “sí” y el “no”, está la gente común, el obrero de la construcción, el campesino del páramo, el pescador, el informal que se gana la vida en la comunidad del semáforo, en condiciones de juzgar la idoneidad y la conveniencia social de textos de alta especialidad académica? ¿Sabe, en detalle, nuestra gente algo de la reforma judicial, de la función del Consejo de la Judicatura? ¿Cómo entiende el común el tema del enriquecimiento injustificado, del control a la prensa y sus consecuencias, etc.?

Yo, con franqueza, me pregunto y les pregunto a los lectores y a los hombres del poder de todas las vertientes, si nuestro pueblo en concreto -no en la doctrina- puede juzgar y decidir en condiciones objetivas, o si decidirá, como siempre que hemos ensayado las consultas, en función de la cultura populista en que vive sumergido, es decir, votará sobre imágenes, sobre códigos de la propaganda, o mensajes subliminales que trabajan en el subconsciente, en la esperanza de que el “sí”, o el “no” salvarán la vida, crearán automáticamente empleo, darán seguridad, harán justicia. La gente ahora, como lo ha hecho durante toda esta democracia de ficciones, que desde hace décadas vivimos, votará emotivamente, acosada por la propaganda, cargada de confusiones, de animosidades. ¿Votará, otra vez, por la ilusión vacía de que el poder es la panacea, que el Estado es el padre? ¿Votará por la magia?

4.-La propaganda como factor de obediencia.- Temas esenciales que deben preocupar a los ciudadanos en relación con la vigencia de la “democracia plebiscitaria”, son (i), en primer término, el verdadero nivel de información política del votante sobre los asuntos concretos que se consultan. Allí hay un gran reto a la honestidad intelectual de todos, de lo contrario, esto es construir la ficción del “pueblo ilustrado”, que solo conduce al desencanto. (ii) Por otra parte, hay que advertir que lo que en las llamadas democracias con base mediática opera es la propaganda y su enorme capacidad de inducción emotiva e irreflexiva de la conducta de la gente. Frente a la avalancha de la propaganda, de nada sirven los debates de los iniciados, los comentarios de buena fe, los reparos jurídicos. Esto ya ocurrió con la plebiscitaria aprobación de una mala Constitución llena de errores, que ahora, por la misma vía, se quiere remendar. Si algún servicio hay que hacer a la democracia, es el de señalar las desnaturalizaciones que le aquejan y sus debilidades con el fin de fortalecerla.

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