El proceso judicial contra El Universo y su desenlace surrealista evidencian la captura del Poder Judicial y marcan el avance de un proyecto totalitario sin precedentes en el Ecuador. En ‘Teoría de la Dictadura’, Franz Neumann, uno de los fundadores de la ciencia política moderna, definió a la dictadura totalitaria como un régimen que posee el monopolio de los instrumentos coercitivos, la fascinación de las masas, el control de los medios de comunicación y la educación. Se caracteriza, además, por utilizar técnicas coercitivas ad-hoc para escarmentar la disidencia y generar temores que esterilicen a la sociedad.
El proyecto de dictadura totalitaria que la “revolución ciudadana” lleva exitosamente adelante ha sido posible por el silencio y complacencia de importantes sectores sociales y políticos –particularmente de izquierda- y el sometimiento de la fuerza pública -detentora de los medios coercitivos- a la voluntad del Ejecutivo, por encima de la Constitución, las leyes y los límites morales que conlleva su deber de obediencia. Con el usual barniz de falsa legalidad que decora las acciones dictatoriales de este Régimen, se logró capturar primero el Congreso, luego la Función Electoral y los órganos de control y, ahora, la Función Judicial. A estas alturas del partido, no quedan dudas sobre el carácter dictatorial y totalitario de la revolución ciudadana, un proyecto de varios amigos y sus familias. Es preciso señalar, también, que la indemnización de 40 millones borra la frontera que separa el interés público del interés privado de los gobernantes.
La sentencia contra El Universo ilustra el estado de absoluta indefensión en que han caído los ciudadanos del Ecuador. Con este fallo, además, la nueva Corte Nacional expresa su vocación de gendarme y verdugo ante cualquier disidencia que perturbe la revolución ciudadana. Difícil afirmar otra cosa luego de un proceso viciado por falsedades y una audiencia caricaturesca en la que los jueces, mientras estuvieron despiertos, evidenciaron su falta de conocimiento del expediente judicial. Se confirman así los designios políticos que guiaron a los miembros del Consejo de la Judicatura y el verdadero propósito de los 10 puntos discrecionales que se reservaron para calificar a los nuevos ajusticiadores de la ‘revolución ciudadana’.
‘El Proceso’, la magnífica novela tragicómica de Franz Kafka, arranca con la detención del ciudadano Joseph K. Nadie sabe de qué se le acusa, ni quién es el encargado de juzgar sus presuntos delitos. No se conoce tampoco quiénes integran el Tribunal (que cobra la imagen de un Estado totalitario para muchos exégetas). Sabemos, tan solo, que el acusado es inocente pero no tiene escapatoria; la maquinaria judicial se ha puesto en marcha para triturar al indiciado y nadie puede detenerla. Una parodia demasiado cercana al ‘proceso’ contra El Universo.