No vi el partido entre Argentina y los Estados Unidos, y cuando el miércoles muy temprano el portero de la Academia me contó que Argentina había ganado el partido por cuatro goles a cero, casi salté de alegría… Somos más de cuatrocientos millones de habitantes de Hispanoamérica, hablamos español y amamos esta lengua cuyos matices locales apenas nos diferencian: tenemos su espíritu en común. Los goles argentinos contra el equipo de EEUU fueron contra los Trump de EEUU; contra tristes recuerdos del apoyo de ciertos gobiernos suyos, ¡ojalá para siempre en pasado!, a atroces dictaduras sufridas por países de nuestra patria común. (Aún recuerdo la bella respuesta de un amigo a quien se le preguntó su procedencia: ‘Soy hispanoamericano de Uruguay’, contestó). Fueron goles a favor de nuestro subcontinente. En las lidias con el norte que ojalá se reduzcan siempre a la noble lucha deportiva, nos quedamos con nuestro esperanzado sur.
Si los goles de Argentina nos alegraron; si admiramos las obras enormes de sus escritores y humoristas; si Mafalda es el espejo en que podemos mirarnos, ante tantos dones positivos de ese gran país, confiamos en que reaccione ejemplarmente contra el kirchnerismo, sistema de latrocinio que desquició Argentina durante 12 años eternos.
Me disgusta otro detalle argentino menor, pero importante: los ‘agarra ese libro’, ‘agarra mi mano’, en lugar de ‘coge’ ese libro, ‘coge’ mi mano. Su generalizada acepción mostrenca de ‘coger’ por realizar el acto sexual priva al español argentino ¡y al de América central, Bolivia, México, Paraguay, República Dominicana, Uruguay y Venezuela!, del uso de este verbo que describe matices de distintas acciones cotidianas de las que es imposible prescindir, y de muchos compuestos dignos y útiles. Corominas, que lo sabe todo, confiesa: ‘En el sentido sexual coger es ya antiguo y fue corriente aun en España, pero en América, donde esta acepción se ha afirmado más, ello ha sido causa, por razones de pudor, de la decadencia de ‘coger’ en las demás acepciones, hasta el extremo de que en Río de la Plata (también en otras zonas como en México, pero menos intensamente) se evita el uso de ‘coger’ de manera sistemática, reemplazándolo por agarrar o tomar y ocasionalmente, levantar, alzar y atrapar. Esta decadencia o desaparición afectó asimismo a derivados como acoger, recoger, escoger, encoger y ‘aun al adjetivo independiente cojo’.
‘Agarrar’ procede de ‘garra’, ‘mano o pie del animal, armados de uñas corvas, fuertes y agudas, como en el león y el águila’; es verbo duro como la acción que describe. Así, ¿quién prefiere ‘agarrar’ el libro, en lugar de cogerlo, o ‘agarrar’ la mano que se nos tiende?
Extendamos la nuestra con delicadeza, aunque no tanto como lo hacen ciertos sujetos aquejados de timidez o miedo, que al saludar alargan los cuatro dedos y antes de que se los tomen, habiendo rozado penosamente la mano que se les tendió, hacen desaparecer sus intimidados dedos en el bolsillo.
Curiosidades afectivo-idiomáticas, lector, en las que espero coincidamos.