El cambio económico revolucionario del nuevo período presidencial de Correa debe ser mejorar la productividad para poder competir y vender más y mejor al exterior. Hasta aquí hemos vivido del petróleo que nos otorgó Dios y no nuestro propio esfuerzo y no podemos continuar solo vendiendo banano, café, flores, pesca, brócoli. El precio plano del petróleo se está consolidando y por eso se está estancando el ingreso principal del Ecuador y si no se actúa rápido crecerá el déficit fiscal a niveles inmanejables.
Hasta aquí hemos basado el crecimiento en la inversión estatal, con nuestros propios medios, pero ahora necesitamos otros caminos para atraer la inversión extranjera de riesgo y no solo los créditos chinos. Para ello se debe cambiar de actitud para establecer un clima amigable, serio y coherente con estos nuevos objetivos, evitando las estridencias tropicales que innecesariamente ahuyentan a los inversionistas foráneos, que más bien requieren una rentabilidad justa y predecible en un ambiente de seguridad tributaria.
Entonces el único camino es modificar nuestra actitud en dos sentidos: hacer un gran esfuerzo nacional para mejorar consistentemente nuestra productividad en todos los ámbitos y buscar mercados para nuevos productos que cambien nuestra matriz productiva. Esto ocupará trabajadores calificados que ganarán mejores salarios, lo que es una buena y sólida política social. La atracción de más inversiones que traiga consigo nueva tecnología merece la dación de incentivos tributarios eficaces, siempre que las nuevas industrias o servicios generen ingresos de divisas vía exportaciones.
Ser productivos para ser competitivos es una revolución en el Ecuador, incluso porque las preferencias comerciales de los tratados se irán diluyendo por las nuevas tendencias de los países desarrollados a hacer acuerdos comerciales entre ellos, como es el caso de la Cuenca del Pacífico y del acuerdo transatlántico de comercio e inversiones que se proponen negociar los Estados y la Unión Europea. Cuando se diluyan las preferencias comerciales en el mediano plazo, solo los países auténticamente productivos serán prósperos.
Ahora que hay cambios ministeriales y readecuación de funciones se debe dar más peso al trabajo del Ministerio de Industrias y Productividad y agregarle la función de Comercio Exterior. Estos asuntos deben ser manejados con un Ministerio de peso y con una cabeza coherente y operativa y no dispersar funciones en ministerios pequeños. Este Ministerio debe tomar sus decisiones técnicas con el respaldo político del Gobierno, que no precisamente con ideologización obsoleta en el mundo como la que tenía el inefable Kinto Lucas. Hay que actuar con sentido de Estado para lograr, sin intemperancias inútiles, un mínimo consenso nacional en estos temas muy importantes.