Conozco a alguien que este año dará el primer paso para construir su proyecto de vida. No es una historia fácil ni romántica ni asegura un final feliz (aunque ojalá). Pero se necesita mucha voluntad, y de alguna manera fe (en lo que sea), para llevarlo a cabo. Por eso les voy a contar esta historia.
Antes de finalizar el año hablamos por teléfono para desearnos respectivamente mucha felicidad en el 2011, y me contó que había decidido casarse; no por amor, sino por los papeles. Obviamente se casará con un habitante del Primer Mundo.
Hemos venido hablando de esto durante un tiempo, poniendo pros y contras sobre un papel imaginario, en largas conversaciones telefónicas o frente a dos cafés o dos cervezas; yo tratando de ser lo más sensata posible en mis consejos, y esta persona intentando no tener miedo.
Ahora que finalmente decidió hacerlo, que ya no es un plan lejano ni el último recurso en caso de que el Ecuador se vuelva como Venezuela, su voz, sin llegar a quebrarse, sonaba distinta: “No es esta la manera en que yo pensé que me casaría, si alguna vez lo haría’ No es bonito, ¿sabes?”.
Y yo sabía que no es bonito, pero no dije nada al respecto, ¿para qué aumentar su angustia?; le mandé un beso y colgué. Pero mientras seguía en mis asuntos y tomaba un ascensor, que se demoraba en llegar, esa especie de agobio que me envolvía como una niebla fina se disipó: no había por qué estar triste, esta persona es tan valiente –desea otro tipo de vida con tanta fuerza– que puede permitirse hacer exactamente lo que quiere hacer; no todos podemos (o queremos).
Hagan ustedes una breve lista –dos o tres cosas, no tiene que ser exhaustiva– de aquello que han querido ser o hacer y que no se han atrevido a serlo ni a hacerlo.
Talvez usted, señora, tenga ese libro que nunca escribió metido entre ceja, oreja y sien; o usted, venerable doctor, una carrera pendiente en el box, la misma que sus padres no le hubiesen perdonado; quizá todos escondemos debajo de la almohada un año sabático disfrutado en parajes de nombres impronunciables, sin siquiera atrevernos a insinuarlo.
Mientras los números de los pisos que el ascensor recorría se iban dibujando en una pantalla (mientras el 2010 se acababa), pensé en todas esas bailarinas, clásicas o modernas, en los cientos de escritores, en los miles de profesores de piano, escaladores, mochileros, misioneros, PhD, amas de casa a tiempo completo, actores y bailadores de flamenco’ que no nos hemos permitido ser, por miedo, por el qué dirán o por comodidad, o por todas las razones anteriores.
Y salí del ascensor contenta, con ganas de llamar a esta persona y decirle que la apoyo y que la envidio. Pero no lo hice; decidí que lo sepa a través de esta columna, y también decidí que este es un buen año para empezar a trazar un proyecto de vida.