Los fuertes e irreversibles vientos de la “Primavera Árabe” han llegado a Brasil. Más de 300 000 estudiantes, principalmente entre 15 y 25 años, han salido a las calles de las ciudades más grandes para manifestar su malestar. El detonante fue el alza de 20 centavos de reales (10 centavos de dólar) en el transporte público.
Sin embargo, el descontento popular no tiene que ver solamente con el alza de los pasajes. Reclaman del Estado mejores servicios públicos, menos corrupción y, en suma, la vigencia otro sistema democrático.
Al igual que las protestas producidas en África del Norte, conocidas como “Primavera Árabe”, las desatadas en meses pasados por miles de desempleados en España o las ocasionadas por el movimiento “Occupy Wall Street” en Nueva York, hay un fuerte malestar con la clase política y dirigente. En estas manifestaciones convocadas a través de redes sociales ha habido, como ha mencionado en estos días Marcelo Carreiro, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro, “un repudio del sistema democrático representativo por su distanciamiento paulatino de la opinión pública”.
En efecto, el alza de los pasajes de transporte público se ha convertido en el catalizador de una serie de insatisfacciones que estaban reprimidas y que tiene que ver principalmente con la forma en el manejo del Estado. No se entiende cómo hay recursos para invertir en estadios y millonarias obras de infraestructura para el próximo Mundial de Fútbol pero no se tenga para prestar servicios públicos de calidad y se tenga incluso que subir el costo de los mismos.
Es cierto que Brasil ha tenido en los últimos años grandes avances en la lucha contra la pobreza y la reducción de la desigualdad producto de la gestión del presidente Lula da Silva y ahora de Dilma Rousseff, pero también uno de los temas que se ha agudizado es la corrupción. Para el politólogo brasileño Williams Goncalves, la corrupción se ha instalado en la construcción de estadios de fútbol, lo cual, junto a la subida de los pasajes de transporte público, llena de indignación.
Buena parte de los jóvenes que han participado en las protestas de los últimos días, “repudian la corrupción y la complicidad de fuerzas que se presentan como progresistas con aquellas que han sido símbolos del atraso”, afirma Goncalves.
De ahí que el blanco de las protestas haya sido el Palacio de Itamaraty, el Parlamento e incluso sucursales de instituciones financieras.
Esto, como puede verse, ha caído como balde de agua fría para el Gobierno y la clase política dirigente que se ha jactado a escala internacional de los avances de Brasil y el progreso que alcanzado en los últimos 10 años. Da la impresión que, más allá de las cifras y del discurso oficial, hay otra realidad. Una realidad que choca con las expectativas de la población de mejores condiciones de vida, menos corrupción y más democracia. Esta es la “primavera tropical”.