Prevención de la intolerancia

Toda exploración de un problema debe llegar, para ser útil, al planteamiento de propuestas y de soluciones. Abordo acá ese planteamiento, frente al terrible problema de la intolerancia humana, en el espíritu que enuncié en el primer artículo de esta serie y que cito a continuación: “Creo que sí es posible cambiar las actitudes y los comportamientos destructivos de la mayoría de nosotros, y busco acompañar esa creencia con acciones concretas, en mi caso intelectuales, orientadas a impulsar dichos cambios”.

Comienzo por preguntar: ¿qué parte del conjunto de causas de la intolerancia exploradas en los artículos anteriores puede razonablemente ser cambiada por consciente decisión?

Exploremos primero la inseguridad profunda en la que vivimos los humanos. ¿Podemos cambiarla? ¿Podemos dejar de sentir dudas e incertidumbres, con la sola excepción absoluta de nuestra inevitable muerte? La respuesta obvia, creo, es que no. Luego, ¿Podemos negar o desaparecer la historia de la humanidad y sus casi infinitas evidencias de intolerancia, prepotencia, conquista, rapiña y abuso, o la historia de cada uno de nosotros con su propia mayor o menor carga de iniquidades, rechazos, desprecios y otros dolores? La respuesta obvia, nuevamente, es que no. Y si no podemos cambiar nuestra esencial inseguridad ni aquel primer factor que confirma nuestra resistencia hacia “el otro” y “lo diferente”, se hace evidente que esa actitud inicial que se encuentra en la base de la intolerancia, que ya he descrito como natural y entendible, probablemente permanecerá con nosotros durante al menos unos cuantos miles de años más.

Lo que sí podemos cambiar como resultado de decisión y acción consciente es cómo buscamos responder a nuestras inseguridades, más allá de, e incluso aceptándolas como realidades incambiables. Es en el terreno de nuestros mecanismos de compensación, concepto primero introducido en el pensamiento sicológico por Alfred Adler, donde planteo que más efectivamente podemos actuar, sobre todo preventivamente pero también reactivamente.

Para ello, planteo otra pregunta: ¿respondemos todos a nuestras inseguridades, natural e inevitablemente, con prepotencia, narcisismo grupal e irrespeto por los demás? Son esos comportamientos tan naturales e inevitables como el de la criatura recién nacida que mama el pecho materno? Y la respuesta es, nuevamente, que no: algunos de nosotros exacerbamos nuestra natural tendencia a resistir al “otro diferente” con prepotencia, narcisismo grupal e irrespeto, pero no todos. Esos mecanismos de compensación no son la sola respuesta ni, como argumentaré en un próximo artículo, la respuesta sana, legítima, lógica y moralmente defendible a nuestra inevitable inseguridad.

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