Un Presidente muy querido

El escritor español José María Gironella escribió una trilogía sobre la terrible guerra civil de su país (1936-1939) y su relato titulado "un millón de muertos" fue -talvez con alguna exageración- una síntesis del choque entre derechas e izquierdas. El desenlace fue el insólito gobierno del general Franco, con sus 39 años de dictadura ultraderechista (1936-1975).

Con estos antecedentes vimos en estos días en la TV el impresionante funeral del ex presidente Adolfo Suárez en el marco de una multitud y en un ambiente de cariño, pese al tiempo transcurrido. Apenas gobernó cinco años (1976-1981) cuando tenía 43 y comenzó como un novato político. Pero su nombre quedó grabado con un título muy preciado. Nada menos que "autor de la transición a la democracia española". Democracia que se mantiene en pie y tiene para largo, con sus altos y bajos, sus avances y sus crisis.

Suárez fue el número 1 de la transición, con virtudes valiosas para su tarea y pese a que comenzó como un desconocido. Entre esas virtudes funcionaron su vivacidad, su espíritu renovador y conciliador, su facilidad para hacer amigos y convencerles de sus buenas intenciones. Fue espectacular lo que hizo para que se vaya diluyendo el poderoso franquismo y comience a funcionar la democracia. Puso en marcha -sin perder tiempo- un plan político audaz, que incluyó el reconocimiento a los partidos políticos borrados durante la dictadura. Pasó el socialismo. Bien. Pero el siguiente paso fue casi increíble. Fue reconocido el partido comunista. Sí, el partido comunista español encabezado por su jefe de tantos años y tan rojo, Santiago Carrillo. Con el aporte de Carrillo, por cierto, quien aceptó reconocer la vigencia y legalidad de la monarquía. Más aún, fue aprobada una Constitución democrática, luego de que la única ley válida era la voluntad de Franco. Varios otros pasos adjuntos se dieron y Adolfo Suárez pudo exclamar, en tono bajo, "misión casi cumplida". Tanto que tuvo la satisfacción de ganar las primeras elecciones democráticas de la temporada (1977). Pero también afrontó problemas y enemistades y cada vez el avance fue más difícil. No solo le atacaron los franquistas sino los nuevos partidos y tuvo que renunciar e irse a casita el 29 de enero de 1981.

Otro personaje de la temporada, el rey Juan Carlos -quien asumió el poder a la muerte de Franco- le dio su apoyo. Fue él -con sus 38 años- quien le nombró presidente de entrada, en 1986. El rey aceptó que Suárez vaya desmantelando al franquismo y prefirió ocupar un segundo plano para no desgastarse.

Con una anécdota final. El 23 de febrero (23-F) de 1981, cuando Suárez entregaba la banda al nuevo presidente de España, Leopoldo Calvo Sotelo, entró al recinto un coronel golpista, Antonio Tejero, con 200 hombres, secuestrando al Congreso durante largas horas. De pronto sonaron los disparos y todos los presentes se lanzaron al suelo... menos Adolfo Suárez. Un aplauso más, pero no faltó un triste final. Fue víctima del maldito alzheimer desde el 2003. El duque de Suárez murió el 23 de marzo en Madrid.

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