Solo veo dos perdedores en el caso del Fiscal: los medios y los ciudadanos.
Lo pongo en ese orden (primero los medios y luego los ciudadanos) porque fuimos los periodistas quienes planteamos equívocamente el tema y llevamos a nuestros lectores (en consecuencia, a los ciudadanos) por caminos erróneos.
Atrampados en la complejidad de seguir la vertiginosa agenda impuesta desde el omnipoder para distraernos de los problemas reales, no pudimos discernir y, peor, desnudar los entretelones de la gran mascarada del supuesto juicio al Fiscal.
Los periodistas (ingenua o inconscientemente) terminamos armando y sosteniendo el escenario para que el omnipoder realizara esa mascarada donde, supuestamente, el oficialismo mostró democracia interna.
Pero ese siempre ha sido, es y será el juego del poder frente a los ciudadanos. Y mucho más del omnipoder, que al controlarlo todo simplemente ordena y las cosas salen como quiere que salgan.
Lo que debe preocuparnos a los periodistas y a los ciudadanos es que la prensa, en lugar de cumplir uno de sus roles fundamentales, se convierta en el espacio donde el Fiscal, los cuatro legisladores, el Presidente de la Asamblea y el Presidente de la República jueguen a quién es el héroe y a quién manda a quién.
El omnipoder, como sucede desde hace tres años, maneja el tablero de ajedrez con tal astucia en el movimiento de fichas que, finalmente, logra construir percepciones colectivas favorables usando a la prensa.
Gracias a esa estrategia, tras el caso del Fiscal quedaron en lo más alto del posicionamiento mediático justamente quienes dicen detestar a “la prensa corrupta” que se dedicó tres meses a difundir el show del frustrado (¿frustrado para quién?) juicio.
Lejos de caer en el tremendismo o en la victimización, el caso merece un profundo análisis y una aguda autocrítica dentro de los medios de comunicación.
El deber, el rol, el compromiso, la obligación de la prensa en una sociedad democrática es ubicarse más cerca de la gente y más lejos del poder.
Pero esta propuesta ética tiene que pasar del discurso a los hechos: al buen periodismo le corresponde construir una agenda propia desde la gente.
Una agenda propia que entre muchos otros asuntos de interés para los ciudadanos y para la sociedad, no sólo sepa abordar los temas del poder sino explicarlos.
El periodismo debe colocarse a la altura de los ciudadanos, ser tan inteligente y sensible como ellos, acompañarlos en sus procesos de reflexión, ayudarlos a poner sobre la mesa los elementos necesarios para entender la realidad.
He ahí un desafío mediático que va más allá de la cada vez más pobre confrontación del omnipoder y la prensa, más allá del perverso uso que el omnipoder hace de la prensa a la que dice odiar.