No estará por demás, no precisamente para resignarnos, el que tratemos de explicarnos las conductas que en alguna medida, con más o con menos, las practicamos todos. A manera de aproximación, en esta columna he venido interpretando los acontecimientos nacionales como resultado de la lucha imparable entre la civilización y la barbarie, aquella que se inició cuando el encuentro entre el Neolítico y la Edad de Bronce con el Renacimiento. Los caudillos bárbaros, tan numerosos en Iberoamérica, descendientes fueron de la bestia ibérica, también presente en la historia de España. Nuestros ‘cien años de soledad’, como explicación de porqué para los más la comarca es el término de referencia de lo que acontece en el mundo. Ese mesianismo andino que se inició como necesidad de que alguien viniera a salvarnos una vez que el Rey de España estaba muy lejos y Dios muy alto. Católicos, apostólicos, romanos, los más; ahí arrinconados los mensajes del Rabí de Galilea; el continente de la esperanza, un valle de lágrimas. ¿Qué de extraño resulta que en nuestros días se hable de la paranoia, la esquizofrenia y la bipolaridad como componentes de nuestras conductas?
Huérfanos los más de los rigores que supone el pensamiento lógico, todo entre nosotros se bastardiza, si por bastardo la Real Academia de la Lengua entiende lo “Que degenera de su origen o naturaleza”. Todo se ‘achola’ o ‘encholece’, tanto lo de origen prehispánico como ibérico. En el siglo XVII los vecinos españoles de Riobamba solicitaron a la Compañía de Jesús un colegio “porque nuestros hijos se están acholando”. Las ilustres familias de aquella ciudad, aquellas que según La Condamine contaban con bibliotecas como las que distinguían a las cultas familias francesas, concluyeron por desaparecer. Se impuso el cholerío, incluidos en el término los hijos de españoles nacidos en América, los criollos.
No se crea que quienes representaban a la civilización se dieron por vencidos. Comenzando por el muy culto Dr. Espejo, ahí están los ilustrados jesuitas quiteños del siglo XVIII, aquellos que su pasión fueron los libros como Carlos Manuel Larrea y Jacinto Jijón y Caamaño, García Moreno, el déspota ilustrado que fundó la Escuela Politécnica Nacional, Benjamín Carrión el de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, los generales ecuatorianos tan distantes de los típicos gorilas latinoamericanos. De tales estirpes, cultas y patriotas, debieron ser los que crearon las condecoraciones para quienes en el Cenepa defendieron la heredad con heroísmo (ver el mismo diccionario), o los premios nacionales Eugenio Espejo a los más destacados compatriotas en el campo de las letras, las ciencias y las artes, la cultura en general. Contraría decirlo: también entre nosotros condecoraciones y premios nacionales se acholan, se bastardizan.