Faltan apenas cuatro domingos antes de las elecciones presidenciales y si algo flota en el ambiente es que: o los candidatos presidenciales no entienden bien lo que pasó en el país en esta década o han optado por la vía fácil de ofertar sin repensar el país.
Si algo tienen o tendrían que hacer los candidatos presidenciales serios –aunque no ganen las elecciones- es forzar una reflexión profunda en los ecuatorianos sobre las consecuencias de imponer la ley del más fuerte en el ejercicio del poder estatal; sobre la ineficacia de cualquier radicalismo o maniqueísmo (de Alianza País o de los neoliberales) en la construcción de políticas públicas de largo plazo; sobre los costos económicos y sociales de negar espacio e iniciativa a la sociedad.
Hasta en los rincones más apartados del país está presente ese sentimiento de que el Estado está por encima de cualquier capacidad ciudadana. A nivel individual, ciudadano, eso se expresa en conformismo y falta de emprendimiento económico. A nivel local y provincial, el omnipotente estado forjado por el correísmo ha creado un imaginario donde los poderes locales están supeditados y maniatados. Y, cuando son de Alianza País, el virus contagioso del autoritarismo le ha dado carta blanca para intimidar y amenazar opositores.
Hemos ido de un extremo a otro, de la casi no existencia de un estado eficiente ó -como escribió Alejandro Foxley- un estado inteligente para el siglo XXI a un superestado que lo controla todo, desde qué dicen y cómo dicen las cosas los periodistas, hasta el supuesto control de mercado que quiere controlarlo absolutamente todo. De un estado que tenía una oficinita de planificación de más/menos 20 profesionales a un extenuante Senplades con nada menos que 777 empleados, incluyendo cinco subsecretarías zonales.
¿Quién puede tener espacio para pensar o modificar su realidad por fuera de esta pesada carga? Terminamos no solo con un Estado pesado, incapaz de mejorar políticas públicas aceptando críticas y visiones diferentes. Si algo fracasó en estos 10 años es la construcción de una idea compartida de futuro, donde todos tengamos algo que decir y algo que aportar. Donde las ideas no se combatan con ataques ad hominen, sino que se contrasten y se nutran, donde todos se vean reflejados en el estado y no solo un partido político y sus amigos.
Creo que hay muchas preguntas que tienen que contestar los candidatos presidenciales en esta semana. Yo tengo algunas: ¿Cómo piensa unir al país después una de las décadas más divisivas de nuestra historia? ¿Cómo piensa devolver el equilibro de estado, mercado y sociedad? ¿Cómo piensa construir un estado inclusivo que no esté secuestrado por su gobierno o partido político?¿Va a construir esas prioridades con otras tiendas políticas y sectores sociales? ¿Cómo va a generar confianza –el eslabón perdido en todas las políticas económicas del correísmo- en el sector privado y en el mercado?