Vehículos que circulan sin placas, cuyos conductores, amparados por el anonimato y el poder que aparentemente tienen para incumplir las reglas, usan carriles exclusivos del transporte público, estacionan en lugares claramente prohibidos, se mueven a altas velocidades, pasan sin pagar el peaje o simplemente conducen de forma temeraria. No pasa con todos, pero sí es el caso de la mayoría. Los agentes de tránsito los miran y no se inmutan, a punto de parecer que cuentan con una “autorización” implícita para recibir un trato diferenciado, como si estuviesen por sobre las reglas y los usuarios con los que comparten las vías.
La mayoría de conductores, de vehículos con o sin placas, usan su celular mientras conducen: conversan, leen mensajes, chatean, revisan sus redes sociales. Una amenaza permanente para todos los que les rodean y obviamente para ellos mismos. Al igual que con los vehículos sin placas, a los agentes de tránsito -casi todos- parece no importarles esta infracción patente, acostumbrados a mirar a tantas personas infringiendo la ley, los vemos casi siempre revisando sus celulares.
Me sorprende mirar a un conductor deteniendo su vehículo ante un paso cebra y permitiendo el cruce de un peatón ¿No le sucede a usted lo mismo? Es algo tan excepcional que los mismos caminantes suelen demorarse en cruzar, mientras los otros conductores reaccionan de forma airada contra quien detuvo el coche: pitos, insultos, reclamos.
Circular lentamente por el lado izquierdo y rebasar por el lado derecho, cruzar el semáforo en amarillo, usar el pito, circular por encima del límite de velocidad, mascotas y niños pequeños en el regazo del conductor, buses deteniéndose en cualquier parte, peatones cruzando por debajo del puente peatonal, ciclistas invadiendo veredas. Son unos pocos ejemplos, usted añadirá muchos más que dan cuenta de un incumplimiento generalizado a reglas de tránsito básicas y obvias.
Somos el país de la excepción, la mayoría se cree al margen de las reglas, estas se aplican a los demás, “a los de poncho”. La idea de la excepcionalidad y selectividad en la aplicación de las reglas cuesta vidas, dinero, seguridad.
No estoy abogando por una sumisión boba a reglas abusivas o injustas, tampoco me refiero al irrespeto individualizado de estas, es la descripción de una situación social con señales anómicas. Parece que el derecho ha perdido su capacidad regulatoria, deslegitimado socialmente por la aprobación de normas absurdas e ilógicas, por la ineficiencia institucional, el irrespeto a las reglas desde el poder, por la aplicación diferenciada de normas en la justicia. Todo esto con la complicidad de un sector académico que, en nombre de las innovaciones, ha provocado una idea generalizada de que las leyes simplemente no sirven, porque dicen que todo es cuestión de principios.
Recuperemos algo del sentido común, de seguir así nos enfrentamos a la posibilidad cierta de no contar con un orden social mínimo que garantice los derechos y obligaciones de todos.