Un partido populista es aquel que defiende políticas de corto plazo, ocultando sus costos a largo plazo mediante la manipulación de las opiniones de la gente con base en usar un discurso anti-elitista.
Esta definición proviene del artículo “Oferta y demanda de populismo” recientemente publicado por Luigi Guiso y otros y que da un interesante marco teórico para analizar cómo funciona el populismo. Innecesario señalar que el gobierno de Correa calza perfectamente dentro de esta definición. Es más, es casi imposible leer el artículo sin sentir que se refiere a los 10 años del gobierno de AP (aunque, en realidad, se enfoca en los populismos europeos).
Guiso y sus coautores argumentan que cuando hay una crisis sistémica, los votantes tienen a ser más receptivos a los mensajes de los políticos que resaltan las ventajas de corto plazo de destruir ciertas normas y restricciones, ignorando las funestas consecuencias que eso podría tener a largo plazo. Y claro, cuando los partidos tradicionales o los tecnócratas salen a advertir de estos malos efectos, es fácil desacreditarlos acusándolos de “defensores del status quo” o “protectores de las élites”.
Concretamente, Correa se volvió famoso hacia el año 2005, cuando era Ministro de Finanzas y despotricaba contra los fondos de ahorro. Es más, en su corta estadía en el Ministerio, logró destruir los mecanismos que alimentaban esos fondos. Y a quienes defendían esas normas (que no eran otra cosa que restricciones a un crecimiento violento del gasto público) se los acusaba de ser pelucones, defensores de los tenedores de bonos que disfrutaban mirando a su pueblo morirse de hambre a pesar de vivir en un país con enormes reservas petroleras.
Obviamente, esas normas no existían para martirizar al pueblo o para beneficiar a los tenedores de bonos, sino para romper la dependencia del Ecuador del petróleo, en base a crear ahorros en épocas de vacas gordas y no tener que hacer ajustes en épocas de vacas flacas.
Entonces, con ese discurso anti élites, disparó el gasto público a niveles inimaginables, farreándose toda la plata del petróleo y cuadriplicando la deuda pública. Eso produjo un boom de corto plazo, pero creó un país lleno de centros comerciales, pero sin fábricas; inundado de consumidores, pero sin productores; un país de rentistas… que no puede vivir sin las rentas del petróleo.
Y más dependiente que nunca del precio del barril. Y no sólo destruyó los límites del gasto, sino también otras normas y restricciones que lo limitaban, como la independencia de la justicia o de la contraloría. Y con todo ese gasto pagó por un montón de obras construidas por Odebrecht y, como había destruido la justicia independiente, no había nadie que controle.