La matanza en Tamaulipas debería ser el punto de no retorno, la esquina definitiva para superar este lamento permanente de compatriotas ecuatorianos sufriendo peligros y amenazas indescriptibles para alcanzar un sueño que ni siquiera conocen todavía.
Es hora de decir ¡Basta! Es hora de cambiar definitivamente la política migratoria del Ecuador en donde la mayor parte de los esfuerzos terminan haciendo odas a la condición de migrante y otras odas más a la famosa ciudadanía universal, que no es ni será reconocida en ninguna parte.
Es hora de dedicar todos los esfuerzos en perseguir (de oficio) a coyoteros, usureros y ‘agencias de viajes’ que facilitan este vía crucis, haciendo peor el remedio que la enfermedad. En las zonas de alta migración, todos saben quién es el coyotero, todos saben quién presta, hasta son visibles carteles y anuncios en calles y postes de luz sobre el tema y resulta que no hay ninguna, ninguna persona en la cárcel por estas causas, a pesar de todo el sufrimiento y de toda la desdicha que causan.
Sandra Ochoa, en diario El Universo, retrató muy bien el peor de los escenarios de un migrante ecuatoriano: el de Freddy Lala Pomavilla. Se trataba justamente del hermano mayor de una familia de ocho niños, una abuela a cargo, terriblemente pobre, en los páramos del Cañar. Como si la tragedia se empeñara en nunca llegar sola, este adolescente estaba casado y su esposa, también menor de edad, está embarazada. El había empezado su periplo porque sus dos padres no salían de las deudas con los coyoteros que los llevaron a los Estados Unidos. Freddy nunca supo que su viaje sólo aumentaba las deudas familiares y las deudas interminables con la usura. En Ger, una población de Cañar también dominada por el fenómeno de migración, nadie capacita, informa, advierte sobre sus peligros’ mucho menos persigue los delitos del coyoterismo y de la usura.
La Secretaría del Migrante debería estar ahí, en donde empieza el problema. Ahí donde están los más marginados de la sociedad, ahí donde los dramas sociales solo empeoran y envejecen. No en Quito, no en ferias internacionales o en eventos para cortar cintas, mientras un solo coyotero siga haciendo negocio.
Estos dramas son fácilmente prevenibles. Sería mucho mejor capacitar, informar y perseguir a los delincuentes que venden caro un sueño que no existe, antes que ayudar a repatriar restos, consolar familiares profundamente afectados afectiva y económicamente y dar ruedas de prensa de condena, que ya poco sirven a familias que el día de mañana no tendrán más que comer, como la familia Lala Pomavilla. Por supuesto, siempre queda la solución estructural: empleo productivo y altamente rentable en las zonas más golpeadas por el fenómeno de la migración. Pero eso requiere un trabajo muy duro entre Estado y sector privado para pensar en el largo plazo, pero sobre todo en los más pobres.
Ahí sí que podríamos hablar de revolución.