Habiendo sido llevada por un pensador prusiano a la categoría de fuerza que constituiría la vanguardia de la historia, la clase trabajadora ha tenido un papel preponderante en las dos últimas centurias, con una influencia que, a no dudarlo, impregnó su impronta en el desarrollo del mundo moderno.
Su lucha, en momentos de un capitalismo incipiente, en contra de las grandes injusticias que se cometían, jornadas laborales de más de 16 horas, salarios escuálidos, condiciones de trabajo deplorables, conllevó a que el mundo laboral se transformara, se reconozcan derechos de los trabajadores y, con la fuerza que adquirieron las organizaciones sindicales, la relación laboral equipararía sus fuerzas consiguiendo que sus pretensiones sean tomadas en cuenta, cada vez más, tanto a nivel empresarial como en su calidad de actores preponderantes dentro de la sociedad.
Con el advenimiento de regímenes que se instauraron a su nombre, que devinieron luego en dictaduras, fuera de lo que pregonaba la teoría, no solucionó los problemas de la clase trabajadora sino que la complicaron aún más; el ámbito de su acción aspiró pasar de clasista a convertirse en una fuerza con pretensión de captar el poder político. La crisis del comunismo que llegó a su clímax en el año 1989 con la caída del Muro de Berlín y la implosión del régimen soviético, fue un golpe del que aún no han podido reponerse ni tampoco “recomponerse”, ante los nuevos desafíos que marca un mundo totalmente ajeno a aquel en que las prédicas del marxismo le otorgaban un sello de “vanguardia”.
Las cifras lo demuestran. En los países desarrollados las tasas de afiliación a los sindicatos disminuyen. Las personas ya no se sienten atraídas por sus discursos y, a juzgar por los resultados que obtienen sus líderes cuando participan en contiendas electorales, el respaldo que les otorga la ciudadanía decae. El 1° de Mayo pasa desapercibido, ya no se ejecutan actos llenos de la parafernalia de la propaganda que ayudaba a recuperar la alicaída moral revolucionaria. Quizá habría que reconocer que quienes salen a las calles son románticos convencidos que con sus actos de fe pueden aún soñar en restaurar la dictadura de clase, que supuestamente les deparaba la historia.
Quizá el respaldo a sus tesis no se produce porque no se conectan con las necesidades de los que, en todo el planeta, buscan empleo. De otra parte, el mundo laboral ya no es el de las condiciones miserables del Londres de Dickens o del París de Víctor Hugo. Las personas en los tiempos actuales aspiran no solo a sobrevivir sino a prosperar, consiguiendo aquello únicamente en sociedades cohesionadas donde el mejor vehículo para lograrlo es el desarrollo de sus cualidades a través del trabajo sustentable.
Estas nuevas realidades, donde la transformación de las relaciones sociales está determinada en gran medida por la velocidad de la revolución tecnológica, tendrán que ser procesadas por sus dirigentes y la academia para recuperar su protagonismo y el papel preponderante que algún momento, sin duda, lo detentaron.