Algunos estamos conscientes y lo admitimos. Otros, lo viven, pero aún no quieren admitirlo. Otros piensan que es una vil mentira creada por la prensa ‘corrupta’ y todo lo que pueda tener con la derecha, con la cual tampoco estoy de acuerdo. Es como una pared transparente que se ha levantado alrededor de cada uno de nosotros. Un aislante que nos divide del resto, porque el “todos y todas” ya no existe. Es una gran falacia. A diario y, no se diga los sábados, nos encajonan con calificativos que, por supuesto, deben ser, de alguna manera, denigrantes, groseros, que nos haga sentir pequeños. Dirán que sólo las malvadas minorías que no piensan como la mayoría, no pueden ser considerados dentro del universo de hombres y mujeres ecuatorianos, negación de la misma frase que hizo famosa a la revolución. Obvio, que los diferentes, ni nos lo tomamos en serio, resbala cual gota de agua sin causar ningún daño. Es el secretismo con el que sentimos que tenemos que hablar y actuar.
Hemos perdido el derecho a disentir, deberíamos ser borregos, sin insultar a este noble animal. Actuamos tembleques, paralizados por el miedo, como si detrás nos corretearía un cuco. Ya no nos atrevemos a salir a las calles y cuando lo hacemos, nos minimizan, como si cada uno, valioso ser humano, valiera sólo la cuarta parte. Las leyes brotan como semilla en tierra fértil, sean buenas o malas, favorezcan a la mayoría o no. Y todo porque ¿hay realmente?, una débil oposición.
Simplemente no lo puedo creer, no me entra en la razón porque razonable no es. En momento de crisis, cuando alguien quiere endiosarse no sólo por un tiempo sino por siempre, cuando el país, el verdadero, todos, hombres, mujeres y niños, más la necesitan, la oposición aparece, se muestra, pero no puede mantenerse unida. Un caso de estudio.
Aparecen los que quieren seguirse postulando, figuran con vanidad y no con sentido común que, bien dicen, es el menos común de todos los sentidos. Enumerar, como se lo hace a diario en los medios, cada una de las propuestas, no vale la pena. Es en forma, como intentando ser únicos, cuando el momento es para parecernos o por lo menos, simular que somos un solo cuerpo avocado a luchar por un solo fin, no permitir la perpetuidad de aquello que no nos ha convertido en una serie de bloques diferenciados por mínimas palabrerías. Es como si quisiéramos emular el no dicho directamente dicho: divide y vencerás.
Es darle un triunfo más a quien esta convirtiéndonos en un mar de personalidades sin definición, de paralizados por el miedo, de borregos o patitos en fila hablando el mismo cuack cuack. Es una batalla ganada cuando su fin es el triunfo de la guerra de ser re electo indefinidamente, burlando una constitución que de tanto cambio ya no se parece al documento que fue hecho para una larga historia.
La habilidad de disentir, inclusive de decidir por nosotros mismos. Hemos permitido, temblando de miedo, el que, insisto, paraliza, y no sé qué cuco nos ataca, sobretodo porque tenemos los ojos bien abiertos, que nos quiten la visión de futuro, ahora, somos ciegos, sordos y mudos.