Nuestro país vive una grave crisis, especialmente económica e institucional por diversas causas. De estas, unas son manejables y otras no.
Que la crisis está ya instalada todos lo reconocen, desde el Presidente, que en no pocas ocasiones lo ha aceptado, hasta los sectores populares –indígenas y sindicatos que se han manifestado en las calles-, pasando por jubilados, empresarios, estudiantes, profesores, empleados públicos.
Si bien buena parte de la responsabilidad de la crisis la tiene el Gobierno, también la tienen los sectores que han sacado provecho del proyecto oficialista. ¿O es que no ha habido en estos años enormes beneficios para la construcción, el consumo, la publicidad, sin contar con segmentos del propio sector público? Algunos de tales sectores ya no tienen su dinero en el Ecuador, sus capitales están ya en el exterior. La responsabilidad ahora es compartida.
Ante estos hechos, el Gobierno se ha visto obligado a hacer malabares que contradicen los principios originales del proyecto de la revolución ciudadana y que habían podido ser implementados en los primeros siete años gracias a la bonanza petrolera. Me refiero al rechazo frontal al FMI, al Banco Mundial y a otros multilaterales, a la ruptura con algunos sectores empresariales, a la condena a los TLC.
Ahora que el escenario ha cambiado, ya no hay esos recursos, se ha reducido la inversión, han salido ingentes cantidades de dólares, el oficialismo ha tenido que volver a las prácticas que en su momento censuró.
La sabiduría china sostiene que las crisis tienen una particularidad que debe ser aprovechada: ofrecen oportunidades. Pues a eso quiero ir; una de esas oportunidades es dar un giro a la política exterior para que coincida con las necesidades del país en las actuales circunstancias y se constituya en una herramienta que permita o ayude a salir de la crisis. La política exterior es un factor esencial transversal en el manejo de la cosa pública en un mundo globalizado e interdependiente. Puede ser clave en solventar o aliviar la situación.
La política exterior tiene, sin duda, una ideología pero no tiene que ser una camisa de fuerza ni llevarse a los extremos a los que ha llegado. Tiene principios, que son permanentes, pues obligan a todos los Estados; tiene objetivos que pueden redefinirse en función de la coyuntura, y requiere de estrategias que, esas sí, deben replantearse en función de la realidad que vive el Ecuador de hoy. Sin renunciar a los principios hay que fijar los objetivos y diseñar nuevas estrategias para alcanzarlos. Hay que ser flexibles, no provocadores, prudentes y pragmáticos poniendo por delante los intereses nacionales. Redefinir los objetivos y, aunque parezca superficial, ¡cuidar las formas!
Esta es la gran oportunidad que nos ofrece la crisis: pragmatizar nuestra conducta internacional.