América Latina atraviesa actualmente por un proceso de cambio. Si hasta hace poco se hablaba de un giro a la izquierda de los gobiernos nacionales y locales de la región, ahora el péndulo va en sentido contrario. Los resultados de las elecciones en Venezuela y Argentina lo confirman, así como el progresivo aumento del descontento popular en países como Brasil y Ecuador.
Es curioso constatar que el relativo éxito de los llamamos gobiernos progresistas estuvo aparejado con los altos precios de los ‘commodities’. Una vez que esto cambió y se vinieron abajo los precios del petróleo, minerales y productos agrícolas, todo lo positivo que se hablaba de la región quedó en duda. Da la impresión que el éxito de los programas sociales, las políticas de reducción de la pobreza e incluso los altos niveles de crecimiento que mostraron los “gobiernos progresistas de la región” se dieron sobre bases muy frágiles.
Es así que, pese a la negativa que han tenido ciertos gobiernos de volver a la realidad, han comenzado a achicar el tamaño del Estado, recortar los subsidios y revisar los gastos dispendiosos que les permitían mantener a todos contentos. El manejo populista y clientelar de la política económica se acabó. De ahí que la luna de miel haya llegado a su fin y esto se refleje en la disminución de la popularidad de los llamados “gobiernos progresistas”.
Esto, sin duda, abre la posibilidad a que en ciertos países sectores de la oposición tengan mayores opciones. Este es el caso del Ecuador. Las elecciones seccionales de febrero del 2014 fueron un aviso. La situación económica del país, el agotamiento del proyecto político de la revolución ciudadana, la aprobación de las enmiendas a la Constitución y el aumento del descontento popular son factores que incidirán electoralmente en el 2017. Si a esto suma este giro de los ciclos políticos en América Latina, los días están contados para Alianza País.
No obstante, esto debería ser motivo no solo para buscar del lado de la oposición la unidad o el candidato que tenga mejores opciones de triunfo. Es fundamental que esto vaya aparejado del análisis de cómo plantearse el nuevo ciclo.
El poscorreísmo debería partir primero por superar esta etapa que llamo de “transiciones fallidas o reinstauraciones autoritarias” en América Latina y reinsertarnos en un proceso progresivo de consolidación democrática, teniendo como prioridad redimensionar el tamaño del Estado, sincerar la economía y reencauzar al Ecuador en torno de objetivos estratégicos y de largo plazo.
Para ello, es fundamental ir a una Asamblea Constituyente o una reforma de la Constitución para deshacer las enmiendas que acaban de aprobarse y corregir los vicios que se han impuesto en estos últimos 9 años. En este escenario, los esfuerzos no pueden centrarse en lograr la Presidencia y una mayoría en la Asamblea Nacional, sino en dar forma a una propuesta sólida de cambio que guíe el nuevo ciclo.