Cuando Ecuador y Perú suscribieron los acuerdos de paz, en 1998, quedó resuelto el problema más grave y complejo de la historia nacional, en torno al cual se había definido la política externa. Correspondía, entonces, dar un nuevo objetivo a la diplomacia. Se hicieron estudios y se reconoció que el servicio exterior debía dedicar sus esfuerzos a facilitar el desarrollo nacional. Gustavo Ruales, extraordinario embajador de carrera recientemente fallecido, sugirió que el diplomático se desempeñara como un “agente para el desarrollo”.
La preocupación por lo económico debía convertirse en la fuerza motriz de la diplomacia. Nunca se había descuidado esta faceta de la política exterior, pero había que darle nuevo dinamismo y orientación. Dos ámbitos de trabajo fueron privilegiados: la integración como método y la búsqueda de nuevos mercados. Las relaciones económicas con el Perú crecieron exponencialmente; cerca de 10 convenios bilaterales sobre protección recíproca de inversiones entraron en vigencia, aprobados por el Congreso; los parlamentos andinos ratificaran la base jurídica de las relaciones con Europa, fundadas en cuatro pilares: el diálogo político, el acceso preferencial al mercado europeo, el fortalecimiento de la inversión y la cooperación para el desarrollo y la lucha contra el narcotráfico. (¿Acaso es invención del actual Gobierno ecuatoriano el concepto de “tratado de comercio para el desarrollo”, con cuya mención se pretende ocultar la falta de voluntad para negociar con Europa?). La Cancillería reorganizó el Comité Ejecutivo de la Cuenca del Pacífico, para que gestione el ingreso del Ecuador a las estructuras de la Cuenca. En colaboración con la empresa privada, se crearon agregadurías comerciales en algunas embajadas. Ciertamente, esos esfuerzos estuvieron limitados por la escasez de fondos disponibles, pero marcaron un rumbo.
El ministro Patiño acaba de visitar algunos países, en un prolongado viaje que ha recibido muchas críticas. Es verdad que hoy, más que nunca, un Canciller debe viajar para establecer y fortalecer contactos internacionales. Pero debe tener una agenda clara y bien definida. Además, debe informar al país sobre las ventajas alcanzadas. En junio pasado, al visitar Kuwait, el Ministro anunció una inversión de 10 mil millones de dólares. Sería bueno que actualizara pragmáticamente el dato. En su último viaje, el Ministro no se ha referido a los beneficios obtenidos, pero los episodios suscitados durante su periplo dan lugar a cierto explicable escepticismo. En España levantó una polvareda política buscando desacreditar a una institución bancaria sin motivos suficientes. En Alemania criticó a un ministro que se opuso a financiar el proyecto Yasuní. ¿Qué obtuvo de Belarús y Azerbaiyán? ¿Por qué no viajó a Kazajstán, como se había anunciado?