Jorge Benavides Solís
“Ninguna de nuestras democracias son gobiernos del pueblo sino gobiernos de los partidos y, con frecuencia, los políticos que resultan elegidos son ineptos, demagogos y corruptos”, escribía Karl Popper en Der Spiegel (1987) pero -había advertido- solo la democracia brinda la posibilidad de derrocar gobiernos sin baños de sangre.
La experiencia le da la razón a este filósofo de la “Sociedad Abierta” (1945) que depende de las decisiones individuales (pueden ser manipuladas) y no de aquellas colectivistas (pueden ser absolutistas).
La democracia concebida como una insuperable declaración general de principios, actualmente resulta útil hasta para los extremismos políticos. Ningún movimiento o partido cuestiona la libertad ni los derechos humanos proclamados hace dos siglos en EE.UU y Francia, pero, muchos postergan la justicia que en cambio, priorizan los Evangelios. La libertad se otorga a medida, la justicia se reparte según la legalidad del momento, no según la necesidad.
Los políticos antidemócratas declarados son una excepción incómoda pero funcional: advierten el peligro. Sin embargo, son numerosos aquellos militantes partidistas demócratas que acusan a sus adversarios de no serlo. Si lo hacen con ausencia de rigor, se estarían moviendo entre la subjetiva apreciación personal, carente de valor para los demás debido a la antipatía o a la consigna publicitaria (simulación de verdad).
Por curiosidad me he preguntado ¿Sería posible el actual sistema democrático sin publicidad? Tratando de encontrar respuesta, no he podido prescindir de los omnipresentes mercados cuyo comportamiento, fortaleza y desarrollo importa a la mayoría de políticos, más que la salud democrática y el bienestar de los ciudadanos.
Los mercados dependen del número de clientes mucho más que de la calidad de los ciudadanos
o sea, más de la cantidad de consumidores del producto ofrecido por la publicidad que de la educación proporcionada por la escuela.
Los economistas dicen que no se saldrá de una crisis si no se aumenta el consumo, por su parte, los políticos justifican sus esfuerzos para generar puestos de trabajo a partir de la adjetivación de la realidad y de sus propuestas siguiendo las recomendaciones cultas de G Lakkof (No pienses en un elefante, 2004) o utilizando simples palabras con significados efímeros o maleables: economía sostenible, buen vivir, gobierno transparente y democrático.
En síntesis, bajo estas breves consideraciones cabría la siguiente hipótesis: la forma de producción (capitalismo globalizado), de gobierno (democracia generalizada) y de distribución (consumo), quizá se corre el peligro de estar construyendo un sistema social predeterminado, cerrado, característico de un régimen absolutista, de ideología única bajo una apariencia bipartidista.
Contrario precisamente al sistema abierto propuesto por Popper.
¿Qué opinaran nuestros políticos?