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Como entre nosotros los conceptos y las definiciones se bastardizan, resulta que las dos marchas del 1 de Mayo son la demostración de que la sociedad ecuatoriana está polarizada, es decir orientada “en dos direcciones contrapuestas” por obra del Gobierno. Opinión insostenible, a mi juicio, basada tan solo en lo coyuntural y efímero. Cuando “los forajidos” se impusieron al grito de “que se vayan todos” nadie se quedó como alternativa de cambio pese a que inclusive se pensó en “refundar la República”.
Como lo coyuntural y efímero, -las marchas mencionadas-, no me llega ahora que soy un adulto mayor, y bien mayor, me fui a pasar el Día del Trabajo en mi pueblo el cantón Quero, concretamente en Hipolongo, hacienda mencionada por Mons. González Suárez como una de las inmensas propiedades que tenían los jesuitas antes de la expulsión. Pasó a manos de mi familia a finales del siglo XVIII hasta el presente. Hoy una parte de ella la tiene Gladys Pérez, prima de mi madre.
En la capilla de la haciendita una preciosa cruz de piedra labrada, desenterrada un mes de mayo de comienzos del siglo pasado, con una inscripción que señala su antigüedad: 1734. La Cruz de Mayo, como así se la llama, resultó milagrera. Todos los años sus devotos organizan una gran fiesta: misa celebrada por el cura del cantón, fritadas y lo que da la tierra, danzantes, toros, “tomación y bailongo”. Participé del jolgorio, sobrio como siempre y ya sin alas como para bailar.
La comunidad quereña es la mía. La conozco desde cuando a los 5 años me llevó mi abuelo don Nicanor Benítez a que pasara las vacaciones grandes en sus propiedades: una de ellas, nuestro Marcopamba, luz de mis ojos.
Los que vestían como indios han desaparecido, al igual que el quechua que lo hablaban los indios de Gualcanga, mitimaes cusqueños. Todas las jóvenes visten con jeans, y se las ve de buena planta como dirían en España. Todos los niños van a la escuela.
Entre los hijos y nietos de los campesinos, hay enfermeras, técnicos, profesores, curas, abogados, médicos y hasta egresados de la Politécnica Nacional. Los huasicamas, los que en las haciendas hacían de todo, se van si no se les afilia al IESS, como asalariados ganan más. Hasta llegar a las puertas de Hipolongo, larguísimas colas de pequeñas camionetas. También han desaparecido los animales de carga; caballos, unos pocos de pura afición. No queda una choza. Casitas de bloques con techos de teja, las más. Caminos asfaltados y luz eléctrica hasta las cumbres del Nudo de Igualata. ¡Quién te vio y quién te ve!
Lo referido no tiene nada de coyuntural ni de efímero. Es producto de trabajar y aguantar pese a la furia del Tungurahua y a los dos atracos de los banqueros corruptos. Tres generaciones que van saliendo del pantano.
De polarizarse, nada. De reconocer, sí, la obra del actual Gobierno.