La estrategia de todo Régimen autoritario es la provocación desde el poder; es la exacerbación de los ánimos hasta el extremo; es la división al máximo de la sociedad entre las minorías que lo apoyan con vehemencia y hasta con violencia y los ciudadanos que luchan por su libertad. A través de esta técnica, la técnica de la polarización, se aísla a los grupos democráticos y se los hace aparecer como extremistas, intransigentes, violentos.
La polarización pretende hacer que aparezca como excéntrico lo obvio, a saber, ciudadanos que reclaman derechos, que reprochan al poder su arbitrariedad; que dicen en alto sus demandas. Con la polarización la lucha democrática cae en la trampa de aislarse de la sociedad y la política se congela en posiciones que niegan la existencia del otro.
Venezuela ha vivido más de una década de polarización. El resultado ha sido la supervivencia de un Régimen autoritario incompetente y una represión sistemática a la oposición. En 15 años de resistencia, los demócratas venezolanos han hecho uso de las más variadas estrategias para sortear esta trampa. Pero el chavismo se sirvió de ella para imponer a la sociedad venezolana, incluso manteniendo una fachada electoral, un Régimen decadente que no es capaz siquiera de satisfacer las necesidades más elementales de los ciudadanos.
Gracias a la polarización el poder ilegítimo del chavismo logró reinar sobre un país dividido en campos irreconciliables, en bloques que se oponían entre sí en una batalla encarnizada y que dejó por fuera a una parte importante de la sociedad, inmovilizando la política e impidiendo el cambio.
En los ocho años de revolución ciudadana, el Ecuador ha vivido un ambiente de mucho menor polarización que Venezuela. Aquí la hegemonía correísta ha sido más aplastante y los sectores de oposición fueron minimizados y arrasados en lo político y electoral.
Esta situación pareciera haber cambiado, pero el debilitamiento presente del oficialismo podría conducir a una agudización de la polarización que, paradójicamente, lo terminaría fortaleciendo.
Por ello, uno de los riesgos de las movilizaciones antigubernamentales que han arreciado por todo el país es que el Gobierno logre encasillarlas dentro de su fórmula polarizadora y que, así, más allá de su contundencia cualitativa y cuantitativa, terminen aislándose de las demandas y preocupaciones del conjunto de la sociedad.
Aquello ocurrirá si las protestas ciudadanas caen en el ultrarradicalismo, si ceden ante las provocaciones de violencia, si el debate político se transforma en un ring de insultos y descalificaciones. Todo ello le serviría mucho al poder que ya no aspira a crecer en adeptos, sino simplemente a sobrevivir indefinidamente, neutralizando a quienes discrepan con él.
Las protestas van a seguir en el país. Ojalá la política ecuatoriana no caiga en la trampa de la polarización que, además de aburrida reduce la política a maniqueísmos absurdos, hace del debate un lago de descalificaciones y de negación del otro. Y sobre todo nos ata al presente; nos cierra las salidas al futuro. Sucedió en Venezuela, que no pase en el Ecuador.