La semana pasada escuché dos discursos: el informe a la nación de Obama y la sabatina (aunque obviamente no completa). El primero, que se da una vez al año, duró una hora cinco minutos; el segundo, que se da cada semana, duró tres horas 38 minutos. El primero contó con la asistencia –y frecuentes aplausos– de la oposición; el segundo contó con la asistencia –y obediente participación– de funcionarios. En el primero se repitió nueve veces la palabra educación; en el segundo se repitió más de diez veces la palabra cobarde. Como diría el Pájaro, qué aburrido es el Obama.
Nos podríamos pasar el resto del día comparando ambas intervenciones. Pero hubo un tema que destacó el presidente Obama y sobre el cual el presidente Correa no habla con mayor frecuencia.
“El problema es que aún no estamos llegando a suficientes niños ni estamos llegando a tiempo. Eso tiene que cambiar. Las investigaciones demuestran que una de las mejores inversiones que podemos hacer en la vida de un niño es en la calidad de su educación temprana”. Así de aburrido estuvo el presidente Obama. Aquí estamos preocupados de que la vida nos va a quedar corta para todo lo que podríamos investigar en Yachay. Allá, pobrecitos, pensando en los niños.
Pues resulta que, si se busca nivelar las oportunidades de la población, la propuesta de Obama tiene lo suyo. Según el premio Nobel de Economía James Heckman, “la brecha entre las habilidades de un niño rico y de uno pobre surge incluso antes de que ambos entren a la escuela”. En Estados Unidos, al empezar el kínder los niños pobres tienen un retraso de 8 meses en sus aptitudes lingüísticas y matemáticas respecto a los ricos.
Esas desigualdades iniciales se convierten en grandes diferencias a largo plazo y determinan, por ejemplo, la probabilidad de asistir a la universidad o de volverse un delincuente. Así que la pregunta es si queremos invertir en los niños ahora o en el programa Los Más Buscados en unos años.
El problema no se resuelve solo con más recursos. Educación es la Cartera de Estado con el mayor presupuesto para este año: USD 3 232 millones, con los cuales se construirán, entre otras cosas, 201 escuelas del Milenio. Pero, como dice Lant Pritchett, profesor de políticas públicas en Harvard, hay cierta inversión en educación que, aunque aparente ser positiva, no necesariamente mejora el aprendizaje. Que todos los alumnos tengan computadoras no significa que aprendan más.
El problema tampoco se resuelve concentrándose en la educación superior. ¿De qué sirven el gran laboratorio o el profesor con PhD si, como ocurre en este país, muchos estudiantes universitarios no pueden estructurar sus ideas con claridad ni saben cómo sumar fracciones? Sin embargo, el Gobierno, que no está para cosas elementales, impulsa a todo trapo la glamurosa educación superior y la emblemática Ciudad del Conocimiento.