George Steiner, José Mujica. ¿Qué tienen en común dos personas de orígenes distintos y lejanos, de vidas tan dispares? Judío nacido en Paris, el primero, de antigua familia vienesa que logró escapar del horror nazi; educado en Francia y en los Estados Unidos, políglota, ciudadano universal si los hay, último humanista de nuestro tiempo; jamás militó en partidos políticos, y es lúcido crítico de todos.
Un papá Noel del sur, el segundo, sonrisa de niño, guerrillero de mirada dulce; en trece años seguidos de prisión, aprendió a confiar y a esperar, repitiendo poemas de Vallejo, de Darío o soñando contra la dureza de la celda, en las palabras de Juana de Ibarbouru, su compatriota: “Cantaré lo mismo: / Mis manos florecen./ Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen./ ¡Y toda mi celda tendrá la fragancia / de un inmenso ramo de rosas de Francia!”. Al reivindicarse en el Uruguay liberado del horror, hoy cultiva rosas con Lucía Topolansky, su mujer, en la parcela en que vive; él y ella dieron muestras de infinita paciencia, que es amor, al casarse “tras prolongada convivencia”.
Buscamos el placer. Anhelamos disfrutar de cuanto nos transmiten nuestros sentidos -ventanas hacia el alma-; dar gozo a nuestro cuerpo, rebelándonos contra la antigua, católica costumbre de culparnos, de sentir en cualquier regocijo su envés de remordimiento y de buscar, en el contraste entre la luz del gozo y lo grisáceo del arrepentimiento, el beneplácito de esa abstracta y amenazante divinidad que nos mira con ojo siniestro… Steiner fue zurdo; sus padres le amarraban la mano izquierda para que ejercitara su derecha, y él clama contra el facilismo con que se educa a los niños de hoy, para evitarles esfuerzo y trabajo, pues ignorarán en su vida la incomparable alegría que se experimenta cuando se logran tales pequeños-grandes triunfos: amarrarse los zapatos, escribir con la derecha no fueron tortura, sino experiencia del placer intenso que genera todo esfuerzo humano en busca de un destino significativo; el gozo de la disciplina dirigida al estudio, al aprendizaje de lenguas distintas, a la lectura inteligente, a la inquisición.
Mujica comenta desde nuestro Sur: “Dicen que la gente que trota por la rambla … entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo le queda el placer. Con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo, es puro disfrute. ¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente! Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales. No porque sea elegante sino porque es placentero. Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines”.