La muerte de cualquier ser humano conocido es impactante. Cuando hay parentesco o amistad estrecha, la partida genera tristeza y desolación.
Otros fallecimientos pasan desapercibidos. Son intrascendentes. No merecen lágrimas, menos una palabra de solidaridad. Esa frase de que “no hay muerto malo”, en mi criterio no es cierta. Mucha gente conoce seres que fueron malvados e hicieron daño mientras vivieron. Algunas personas, por educación o por aquello de que “si no puedes expresarte bien de una persona, mejor cállate”, guardan un cómplice silencio. No creo que eso sea justo para los que todavía transitan por la vida, y menos para los que sufrieron la maldad del “finadito”. Si se queda callado ante este tipo de muertos, se ayuda a convertirlos en leyendas. No contar toda la verdad de estos personajes, es una forma de mentir.
No me afectó la muerte de Hugo Chávez, tampoco me alegró. Creo que por fin estará tranquilo luego de una dolorosa enfermedad, generada por su organismo, no por fuerzas extrañas al socialismo del siglo XXI como lo han soltado un par de sus ignorantes e incondicionales amigos, beneficiarios de sus actos. El coronel descansa en paz, y muchos que lo sobreviven, también.
Fueron conmovedoras algunas escenas de personas frente al féretro del coronel. En su rostro expresaban dolor y desolación. Pero cuántas personas que no asistieron a verlo en el ataúd, viven horas de angustia y desesperación por los actos irresponsables que el Presidente fallecido realizó durante sus años como Mandatario de una Venezuela hoy dividida por culpa de sus políticas trasnochadas, y desabastecida de alimentos. ¡Cuántas personas, hoy millonarias, se habrán beneficiado de su amistad, y cuántas perdieron lo que tenían por las resoluciones de Chávez!
¡Cuánto dinero público despilfarrado!
Viendo los gestos y oyendo las declaraciones de ciertos presidentes identificados con el desconocido socialismo del siglo XXI, vino a mi memoria la palabra, fuera de uso, “plañido”, cuyo significado es “Lamento, queja y llanto”. Las frases de estos mandatarios eran eso, una queja a un hecho de la vida: la muerte. Si no me imaginara que desempeñarse como Presidente de una nación conlleva muchas horas de trabajo agotador, hasta hubiera creído que alguno de ellos era plañidero, es decir, persona “llamada y pagada que iba a llorar a los entierros”.
Se fue el coronel. Ya es historia. Por eso basta de plañir (“gemir y llorar; sollozando o clamando”). Es hora de dar la vuelta a una hoja triste de la historia venezolana, copiada por unos pocos países de la región. Es de esperar que desaparecida la enfermedad, el contagio sufrido por Ecuador acabe, aun cuando el cadáver quede insepulto, como algunos de sus seguidores que creen en ideologías superadas hace varias décadas.