“E l derrotado es el Gobierno” fue la frase más sonora y contundente después de la entrega de los resultados por parte del Consejo Nacional Electoral de Venezuela. Fue pronunciada por el candidato perdedor Henrique Capriles. Riñe con la lógica, pero resultaba absolutamente explicable para un proceso electoral en el que la lógica no tuvo cabida.
El candidato derrotado, según el cómputo oficial, lucía seguro y satisfecho mientras en el bando de los supuestos ganadores reinaba la confusión. Nicolás Maduro ganó según el dictamen de Tibisay Lucena; ella, experta en la política de los hechos consumados, proclamó al ganador y desapareció mientras dentro y fuera del país clamaban por el reconteo de votos. Maduro pierde a pesar del dictamen de Tibisay Lucena porque el Consejo Electoral había sembrado dudas de comienzo a fin. Las irregularidades denunciadas son de bulto: desalojo de los testigos opositores en los colegios electorales, el hecho de que Maduro obtuviera más votos que el propio Chávez en algunos colegios, incompatibilidad entre votos escrutados y número de votantes.
Pierde Maduro porque la mitad de los venezolanos votó por Capriles y la otra mitad votó por Chávez. Nunca pareció estar al mando; había fantasmas tomando decisiones o participando en ellas. Con esta espesa neblina en el círculo de poder consiguieron darle a Maduro un aire de segundón, reforzado por la inseguridad y las contradicciones. Anunció que aceptaba el reconteo y después lo negó, le asustó la marcha anunciada por la oposición y decidió prohibirla, dijo que acepta la oposición y después ordenó el procesamiento de Capriles.
Nunca recontarán los votos. Tibisay Lucena anuncia una auditoría sin fecha de inicio para bajar la temperatura, los presidentes de Unasur apoyan a Maduro y formarán una comisión para investigar los hechos de violencia. Se desvanecerán los reclamos de la oposición pero puede empezar la agonía de la revolución porque un líder sin carisma, sin legitimidad, con pajaritos revoloteando por su cabeza y con más enemigos dentro que fuera, verá que los problemas se multiplican en Venezuela.
Convertido Chávez en santo de la revolución se obligan a atribuirle todas las cosas buenas y cargar con las malas, aunque muchas de estas sean herencia del muerto. La inflación, la devaluación, el pago de la deuda, la escasez de alimentos, la reducción de la producción y los precios del petróleo, la inseguridad, son los enemigos que se agazapan a la espera de Maduro. El Gobierno acosará a Capriles y los suyos y los obligará a replegarse, pero no podrá soslayar el hecho de que el país está partido en dos y las “ideas locas” de las que habla Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional, ideas que eran contenidas por Chávez, según su propia confesión, constituyen una amenaza para Maduro más que para la oposición.