Días atrás hemos asistido a una agria polémica sobre sexo, género, víctimas y verdugos. Estos últimos, acusados de sembrar odio y discriminación en contra de gays, lesbianas y trans, se convirtieron en demandados ante la justicia. Y yo, que les conozco y les quiero, me he preguntado qué pintan en el banquillo los monseñores Eugenio, Luis y René, que son buenos como el pan de Ambato e incapaces, por sentimiento y por convicción, de sembrar odios contra nadie.
La cosa tiene su intríngulis y para entendernos habría que empezar por aclarar conceptos que, muchas veces, sólo entienden los iniciados. El sexo hace referencia a la diferencia corporal entre los dos modos de ser persona: varón y mujer. Por su parte, el género es una construcción psico-socio-cultural. No es tanto lo que yo soy, cuanto lo que yo me siento y quiero ser. Vamos, que una cosa es el hecho material de ser hombre o mujer y otra, muy distinta, es lo que yo me considero. Y dado que son dos cosas diferentes, el género no tiene por qué limitarse a los dos modos del sexo, sino que está abierto a distintas posibilidades. Cualquier combinación de sexo y género es posible. La cosa no es sencilla. Uno podría ser de sexo masculino, de género mujer y de orientación sexual lesbiana.
Sinceramente, creo que aquí hay mucho que profundizar, no solo desde el punto de vista sociopolítico, legal y cultural, sino también desde la perspectiva científica. Ser crítico con la ideología de género es lo mínimo que se puede y se debe ser en estos momentos, aunque la cosa no sea políticamente correcta. En democracia ser pensante es una obligación y disentir es un derecho. Y eso no significa odiar a nadie. Es más, cada uno tiene derecho, a partir de su ideología y de su fe, de sus principios y valores, a defender el modelo de hombre y de sociedad en el que sinceramente cree. Sin ofender a nadie. Sin crear odios y resentimientos. Iglesias y obispos tienen todo el derecho de pensar, expresar y defender aquello en lo que realmente creen. Así lo reconocen la declaración universal de los DD.HH., la Constitución ecuatoriana y el Modus Videndi que regula las relaciones, los derechos y obligaciones de los católicos.
Pocas cosas tenemos los obispos más claras que esta: no podemos despreciar a nadie por sus opciones políticas, sociales o sexuales. Ni siquiera por sus opciones religiosas. Otra cosa es aceptar que se legisle para todos en función de los intereses de un grupo minoritario. Por lo demás, los obispos ni alentaron, ni convocaron, ni participaron en ninguna manifestación, ni pronunciaron ninguna palabra discriminatoria. Por el contrario, con enorme fuerza y claridad, se han manifestado contra los abusos de los niños, los femicidios y cualquier violencia sexual y doméstica que hoy infectan nuestra vida. Gracias, queridos Eugenio, Luis y René, por vuestra paciencia.
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