Una crónica sobre el puerto de Providencia, publicada en el diario oficial digital hace unas semanas (05/02/2014), resulta espeluznante, sobre todo, para quienes todavía sueñan en la selva como un paraíso. Ahí se dice que el sueño de un brasilero afincado en esas lejanías, se está volviendo realidad: Providencia, uno de los puertos en la ribera del río Napo, dice la nota periodística, será un puerto internacional -Manta-Manaos- en el que se posen “miles de embarcaciones” que navegarán sobre el río Napo y que, en un futuro cercano, serán tantas que se verán como “hormigas caminando en un sendero en la selva”.
El sueño del brasilero se puede volver pesadilla: el río apestará a combustible y a aceite de ligar… sus aguas se volverán putrefactas y de ellas se nutren todos los afluentes que serpentean la selva profunda y que calman la sed de quienes habitan libres en el corazón de la selva. Con tantas embarcaciones no quedará un solo pez en el agua, en su lugar, flotarán las manchas de aceite y gasolina -que ya flotan actualmente- pero multiplicadas por miles, cambiarán el todavía apacible rostro del río: miles de natas aceitosas cubriendo, como un manto, las aguas chocolate del río Napo. Y eso sin contar con todos los desechos que se generan en los puertos. Y las cantinas, bares y demás, que se abrirán para atender a tanto motorista y trabajador que aparque en las orillas del río. El ruido de los motores de los veloces deslizadores volverá ensordecedora la selva. Las grandes gabarras quedarán varadas en los bancos de arena. Adiós paisaje bucólico.
Los animales de la selva se conservarán, como en Pañacocha (en la ciudad del Milenio), ya no en los árboles ni en el bosque (talaron bastantes hectáreas), sino en las etiquetas de los contenedores de basura, que ahí son adornados con monos machines y mariposas como para decir que amamos la naturaleza y la protegemos. En Pañacocha, por ejemplo, ya nadie tendrá en su casa un bonito y colorido guacamayo como suelen tener las malocas indígenas, como mascota, pero tendrá el suyo elegante, dibujado en un cartel con el logo de “Ecuador, ama la vida”.
En Pañacocha ya ni gallinas pueden tener sus buenas gentes pues ahora no tienen espacio para ello. No solo porque está prohibido tener animales que seguramente afean el paisaje de casitas prefabricadas y malecón con adoquines rojos, sino porque las casas no tienen patio. En lugar de eso tienen cocina de inducción, ordenador con Internet y hasta bicicletas, aunque les toque compartir entre vecinos, entre poste y poste, el cordel para tender ropa.
Para unos, el sueño del desarrollo está no en la educación, sino en las casas de bloque, carreteras amplísimas, enormes extensiones de palma y potreros, tubos, gabarras, automóviles y puertos donde aparquen cientos de embarcaciones como hormigas arrieras. Para otros, la pesadilla: el fin de la selva.