Un ciudadano libre me escribe: “Tuve una pesadilla espantosa: soñé que había obtenido la ley que tanto deseaba y buscaba. Ahora podré gobernar sin obstáculos indebidos y hacer efectivo, por primera vez en la historia de mi República, el disfrute pleno del sumak kawsai: prevalecerá el verdadero y único poder. Los poderes fácticos serán controlados y, si necesario, castigados en la cárcel. Los mediocres pagarán su mediocridad. Los limitaditos tendrán que prepararse para conversar conmigo, el ilimitado. La mala fe de los de siempre será reprimida.
Las noticias carentes de veracidad, verificación, oportunidad, contextualización, pluralidad, contrastación, precisión y relevancia pública no serán publicadas. Si lo fueren, se aplicará la norma de la responsabilidad ulterior propia y coadyuvante. La honra personal ya no será afectada por investigaciones que solo buscan el escándalo. La prensa -siempre corrupta- tiene contados sus días. Los diarios que ganan dinero para publicar noticias que no correspondan a la verdad oficial dejarán de contaminar al país. El periodismo será ejercido por profesionales del periodismo, así como ahora mi diplomacia es ejercida por profesionales de la diplomacia. Mis servidores públicos podrán seguir cumpliendo sus funciones sin temor a que medios inescrupulosos los investiguen y levanten cortinas atentando así a la seguridad del Estado. Quienes coloquen al dinero en un nivel superior a los valores del ser humano serán situados en el nivel más bajo, como les corresponde”.
“Tengo ahora una ley democrática, que me permitirá orientar el ejercicio de las libertades y el goce de los derechos. Esta ley fortalecerá la búsqueda de la verdad porque será regulada y controlada por instituciones nuevas, integradas por personas leales, conocedoras de sus obligaciones y defensoras de los derechos del pueblo, debidamente aleccionadas por mi Gobierno. No faltarán quienes, con la maldad de siempre y su conocida mala fe, afirmen que la ley restringe las libertades. Son unos pocos eternamente amargados y sin autoridad moral, a quienes ya nadie cree porque sirven a la oligarquía internacional entronizada en la ONU y la OEA. Se creen expertos en derechos humanos solo por ser relatores de la libertad de expresión e información, pero nunca han sido elegidos por ningún pueblo para ningún cargo. Las ONG de derechos humanos obedecen a los poderes mediáticos, aquellos mismos que han organizado tantos linchamientos de inocentes”.
“Yo quiero garantizar, con el aval de mi palabra, que ahora, en mi República, la palabra ya es de todos. Quienes integrarán las instituciones de vigilancia y control actuarán con imparcialidad a toda prueba: ¡Por eso, Yo mismo los he nombrado!”.
Quien me escribe termina confesándome, aterrado: “Estaré soñando despierto?”.