El año que culminará en poco será de un resultado mediocre en lo económico. Según los expertos, de no mediar un acontecimiento extraordinario, el próximo será parecido. Hasta allí se pueden hacer estimaciones en base a ciertas tendencias que se observan, pero de allí en adelante nadie se atreve a realizar pronósticos. La economía, fuertemente dependiente de factores externos, se ha expandido en los últimos tiempos, alimentada por el gasto estatal. Pero ante la inminencia de síntomas de agotamiento, es improbable que el país pueda alcanzar tasas de crecimiento importantes que le pongan en la ruta del desarrollo. Si se persiste en sostener el ritmo de gasto a través de aumentar la carga tributaria aquello tendrá un límite con las consecuencias negativas adicionales: reducción de la inversión y el consiguiente debilitamiento de la creación de empleo. Los objetivos de mayor inclusión social se hacen más difíciles de lograr.
El país, desde décadas anteriores, se acostumbró a vivir en la mentira. Bajo el engaño que los males que padecemos los ecuatorianos son producto de la perversa acción de terceros, hemos sido eficientes en endilgar las responsabilidades que nos competen para de evadirlas. Si la población ecuatoriana en promedio tiene ingresos bajos, es porque la producción adolece de bajas tasas de competitividad y no es suficiente. Bajo un discurso que condena el emprendimiento, la generación de riqueza se mira como oprobiosa.
Otro de los grandes inconvenientes es la pésima gestión administrativa de lo público como en muchas esferas de lo privado. Si a esto se añade una educación precaria, que mira con recelo el éxito ajeno, orientada a que, en su gran mayoría, las personas que egresan de los centros de estudio únicamente se orienten a buscar una plaza de trabajo, sin que se ponga énfasis en desarrollar la creatividad individual. El panorama no luce esplendoroso para los más jóvenes.
El país debe enfocarse en cambiar los paradigmas que lo han maniatado. Hay que buscar una transformación productiva que tenga como eje desarrollar el potencial humano, a sabiendas que cuando ese individuo sea exitoso, no sea vilipendiado. Por supuesto aquello debe acompañarse de un compromiso ético, en que el límite de todos los ciudadanos sea la ley. Mientras más pronto nos concentremos en estas prioridades, más rápido superaremos las barreras que hoy mantienen a grandes conglomerados en la miseria. Caso contrario lo único que alcanzaremos a ver es lo que sobrevendrá año a año, sin más perspectiva que lo inminente, sin que se pueda dar solución a los grandes problemas que nos aquejan como nación y que es responsabilidad de todos encontrarles soluciones.