La introducción del euro fue muy controversial entre los euro-economistas. Sin embargo, desde su implantación, a pesar que algún “insurrecto” economista quiso avivar el debate, esta se ha vuelto una imagen feliz en la mente de los europeos. La relación entre la moneda única y la economía regional había sido una hermosa historia de amor, hasta que llegaron los salados griegos.
La crisis helena es responsable de resucitar el fundamental debate acerca de si la euro-zona es una zona monetaria óptima (ZMO). Una zona monetaria es un región en que comparte una única moneda; ergo, una ZMO es un área geográfica en donde la eficiencia se maximiza si la zona comparte una sola moneda. La decisión, por tanto, de establecer una moneda regional, reside en la posibilidad de identificar los rasgos que harían de un área una ZMO o no.
Interesantísimo debate, especialmente para los latinoamericanos, que en nuestras ansias de desarrollo, nos hemos planteado un proceso de integración regional que patentemente busca simular al europeo. Incluso, la iniciativa del incipiente Sistema Único de Compensación Regional (Sucre) parece ser el feto de lo que un día será nuestra propia moneda única.
Muy escuetamente, cuando una región que forma parte de una zona monetaria sufre un choque (un terremoto, una guerra, en el caso griego una crisis que le llevó a disparar su déficit…), las autoridades monetarias pueden ver sus manos atadas, puesto que ampliar cantidad de moneda para ayudar dicha zona, implica directamente aumentar la inflación en las zonas donde no hubo choque, afectando negativamente su economía.
Al haber múltiples monedas, una puede devaluarse permitiendo que la tasa de cambio sea una especie de colchón que absorba el choque. Por lo tanto, una ZMO es, por definición, una zona en donde la posibilidad de choques asimétricos es mínima.
A pesar de la elevada integración europea, ahora la crisis les reenvía a plantearse este debate. Y nosotros, los sudamericanos, ¿somos una ZMO?
Aparentemente sí pudiésemos ganar mucho en algunos aspectos, en particular; una moneda única aumentaría la confianza en la moneda, al aislarle de las rocambolescas presiones políticas nacionales, tan típicas nuestras.
Por ejemplo, se le hubiese complicado el trabajo a la presidenta Fernández de Argentina, al tener que elevar sus presiones hacia la cabeza del banco central regional, y no al infortunado funcionario argentino. Pero, la similitud en nuestras economías haría que un choque en un sector específico sea catastrófico para la región. No es común encontrar debates públicos en torno a este tema, tengo la impresión que vamos como galgos tras de los europeos sin siquiera reflexionar si su modelo es aplicable a nuestra realidad.