Lentamente y sin retorno, está avanzando la perniciosa e inmoral idea de que, en la esfera pública, se puede aprovechar los bienes sin que sea causa de reproche, ni condena, a condición de que los mandantes “hagan obra”.
Siempre ha existido corrupción, iniciándose con la coima del 10% del servicio o contrato, porcentaje que sale de la misma entidad pública. ¡Del mismo cuero, salen las correas! Con el pasar del tiempo el 10% ha incrementado hasta 20% del valor de la inversión.
Hace medio siglo ya se escuchó la frase: “no importa que roben … siempre que hagan obra”. La “obra” se refiere a la construcción de carreteras, de obras públicas en general; pero también de los servicios que deba cumplir el contratista.
Por ley no ha faltado. Nuestros Códigos Penales han legislado sobre los delitos de cohecho y concusión, entendido el primero como aceptación de ofertas o recepción de dones o presentes para ejecutar un acto de su empleo u oficio, como constó ya en el Art. 270 del Código Penal de 1872, repetido en el Art. 240 del Código Penal expedido en 1906, por el General Eloy Alfaro. Actualmente, las figuras delictivas son similares.
La concusión es el reverso: cuando el funcionario público exige la entrega de esas contribuciones previamente al contrato.
Para algunos que no se han forjado con el ejemplo de su padre; ni le enseñaron en la escuela y colegio que la moral y la ética son los rectores de una vida decente, observando los actos delictuosos en las entidades públicas, incurre en la tentación de aprovecharse económicamente.
Un joven de moral disminuida o ausente, debe estudiar aproximadamente 18 años, en escuela, colegio y universidad; otro tiempo adicional para obtener el título de master, pues en el tiempo actual las empresas requieren títulos mayores, incluyendo el Phd.
¿Para percibir una remuneración mas bien pequeña? La tentación está a la vista: incluirse en la actividad política, obtener una posición bien por votación popular o por nombramiento, en la que, siguiendo la regla de que se puede robar a condición de “hacer obra”, tener ingresos ingentes y grande fortuna.
Por ello, con alarma vemos cómo se expande la corrupción. Y lo peor es que alguna gente empieza a sentir admiración para un individuo de esta calaña, a quien –en el tiempo actual- le han inventado el calificativo de “pilas”: estar dotado de buena inteligencia, de viveza criolla, ser sinvergüenza, tener conexiones que le amparen ante la justicia y que, –al cabo- resulte bien librado para disfrutar de la riqueza mal habida.
La honradez entra, poco a poco, en la categoría de ingenuidad y hasta de tontería. Hay que enriquecerse en el poder, “aunque sea honradamente”; o vivir con nombre limpio, en honor a sí mismo y a sus descendientes.