Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) es un escritor prolijo. ‘¿Hay vida en la Tierra?’ es uno de sus libros más recientes, donde cuenta 100 historias de diverso contenido, desde el misterio de ser mexicano, hasta un relato que llamó poderosamente mi atención.
Lo tituló‘En defensa de la tos’, se trata de un relato sobre esa costumbre tan arraigada en todo el mundo de toser en medio de los conciertos de música clásica, sin respetar los silencios que son importantes para que el director y los músicos ejecuten las obras lo más perfectas posible.
La experiencia que cuenta Villoro la vivió en Berlín, donde se supone existe un público culto, incapaz de toser en medio de una sinfonía o de una ópera. Pero no, como en muchas salas, los alemanes se despojan de sus abrigos y bufandas y comienzan su propio concierto, el de las toses.
Expectorar parece ser un desfogue liberador en un país como Alemania, adicto a la disciplina. Claro que el silencio es imposible y Villoro cita la famosa pieza “musical” escrita por John Cage denominada 4.33, que quiere decir cuatro minutos y 33 segundos que dura una partitura completamente en blanco.
La compuso Cage para generar un silencio expectante, quizá para desafiar al estatus quo. La obra existe y puede ser ejecutada por un solista o por toda una orquesta. Algunos directores la incluyen en sus repertorios y las reacciones del público son variadas. Talvez, como sugiere el mexicano, los alemanes son incapaces de aguantar más de cuatro minutos sin toser. Eso nunca preocupó a Cage porque somos una especie ruidosa e insumisa.
Se han registrado incontables interrupciones de conciertos debido a otra mala costumbre, la de no apagar el teléfono celular. En enero, el director de la Sinfónica de Nueva York, Alan Gilbert, interrumpió la ejecución del último movimiento de la Sinfonía 9 de Mahler por causa de un teléfono móvil que sonó en la primera fila y con el tono de marimba.
Alguna vez vi a un Director en la Casa de la Música detenerse cuando estaba a punto de iniciar un movimiento debido a que, en ese instante, a una mujer se le ocurrió abandonar la sala sin tener en cuenta que los tacos de sus botas sonaban estridentes, lo mismo cuando abrió una de las puertas de salida del local.
En el caso de Nueva York, Gilbert bajó del escenario para pedirle al dueño del teléfono que lo apagara y poder reanudar lo que quedaba de la sinfonía de Mahler. El público, irritado por la falta de respeto, aplaudió al Director.
Era quizá la única vez que el público aplaudía en ese escenario entre un movimiento y otro. Quedemos entonces que el carraspeo, tal como cuenta Villoro, es inevitable y que Cage desafió al auditorio a convivir con su propio silencio. Pero en lo que nunca estaré de acuerdo es en que se aplauda entre los movimientos de un concierto o de una sinfonía.