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Me ha conmovido la fotografía, publicada por EL COMERCIO, de fieles católicos que participan en la procesión del Silencio. La madre afligida estrecha a su hijo con mano protectora, mientras sostiene una luz, una esperanza en medio de la noche. El Silencio es un Grito desgarrador ante la violencia, los desaparecidos, los asesinados… Es el México de Rubén Espinosa, asesinado, él mismo, uno más entre la larga lista de periodistas sacrificados.
Cierto que el mayor enemigo del periodismo es un periodista que miente o manipula. No es el caso de Rubén Espinosa. Él era un fotoperiodista que solo reflejaba la verdad. Una verdad que dejaba al descubierto la realidad de la vida, lo que, para tantos mexicanos, cuesta vivir y morir.
Todos sabemos de las profundas contradicciones de un oficio que no es ejemplar, pero que es imprescindible en la sociedad democrática. Nunca pensé que tendría que defender lo evidente, pero, en medio del disparate nacional, es necesario reivindicar el oficio del periodista, no de forma ingenua, como si todo lo que reluce fuera oro, sino de forma crítica y verdadera.
Doy gracias a Dios porque todavía sé ubicarme ante una prensa libre, una democracia libre, una sociedad libre y liberadora; porque todavía sé leer y discernir qué es bueno y qué es malo, qué es verdad y qué es mentira. Esta tendría que ser la gran preocupación: capacitar al pueblo para poder vivir, leer y comprometerse de forma crítica y responsable, algo que no resuelve el simple hecho de dividir a la prensa en buena o mala, corrupta u honesta, libre o esclava… La pureza, cuando se manipula a favor de los propios intereses, acaba siendo un fundamentalismo más, un instrumento de sometimiento.
Así pasa con el periodismo: el gran riesgo de controlarlo políticamente, más allá del derecho y de la ética, es la disminución de la capacidad ciudadana para ejercer la crítica social.
El error del poder es hacerse dueño de la verdad y tratar de imponer una lectura única de la realidad, como si la felicidad solo tuviera un camino establecido.
Algún iconoclasta dice que el periodismo nació porque el poder mentía de manera descarada. Y es que, bajo el manto de la autoridad institucional, siempre es fácil mentir, manipular, atacar al diferente,… También lo es desde las páginas de un periódico, cuando este sirve los intereses bastardos de cualquier grupo de poder. Unos y otros somos siempre deudores de la verdad. Pero lo cierto es que desautorizar el periodismo es la manera más fácil de librarse de su incordio. El acento no está en el oficio, sino en el error, en la mentira, en la maldad, en la calumnia,… Para eso están las leyes y la conciencia moral de quien, a pesar de todo, mantiene encendida la búsqueda de la verdad, la indagación y la sospecha, capaces de poner en duda lo que aparece como maravilloso. No es poco, en estos tiempos que corremos.