¿Un periódico ciudadano?

La historia ocurrió en Riobamba y me la contaron estudiantes de periodismo de la Universidad Nacional de Chimborazo.

Un día , con toda la parafernalia mediática que caracteriza a la burocracia gubernamental, llegaron tres altos funcionarios de la Secretaría de Comunicación del Régimen.

Recibidos como héroes e ídolos por periodistas locales y con auditorio lleno, los altos funcionarios expresaron su orgullo por uno de sus presuntos productos estrella: el periódico El Ciudadano.

En el foro, una estudiante de periodismo preguntó por qué si el periódico se llama El Ciudadano los protagonistas de los temas que se publican en ese diario son el Presidente de la República, los ministros, los viceministros, los voceros oficiales, los líderes locales adoctrinados...

Era (es) una pregunta pertinente. De sentido común. Una pregunta que implicaba pedir a los representantes del Gobierno que explicaran por qué hablan de una supuesta “revolución ciudadana” si en ella no están los ciudadanos, sino un específico grupo de políticos que maneja el poder a su antojo.

Una pregunta que demandaba conocer de qué “revolución” se habla si, en realidad, lo que estamos viviendo es solo una transición entre el populismo demagógico de derecha y el populismo demagógico de izquierda.

La estudiante cuenta que la explicación que dieron los altos funcionarios fue esta: “Es un periódico institucional y respondemos a una línea política”.

Se trata de una curiosa respuesta de quienes se jactan de expresar (ellos, solo ellos) los sentimientos del pueblo, de quienes nunca han estado en el poder, de los pobres, de los explotados, de la gente que jamás fue tomada en cuenta por “la prensa burguesa”.

La estudiante que hizo la pregunta fue parte de un grupo universitario al que, justo por esa época, se le había frustrado el proyecto de mantener vivo su periódico mensual La Primicia.

Su visión era llegar a ser un diario con un estricto sentido del rigor periodístico, un diario en el cual el protagonista no fuera el poder sino la gente común, la gente que tiene mucho que decir, mucho por contar.

El periódico solo pudo circular seis números porque el entusiasmo no fue suficiente: un medio impreso cuesta mucho dinero y los anunciantes no apostaron por una propuesta nueva.

La Primicia tenía un código de ética y principios inclaudicables: buscar la verdad confrontando versiones, tener claro que la información no pertenece al periodista sino a la sociedad, estar cerca de la gente y lejos del poder.

La Primicia quiso ser un periódico de la gente pero no tuvo dinero para sobrevivir. El Ciudadano tiene todo el dinero (el nuestro, el de la gente) y no es capaz de hacer honor a su nombre. Paradojas de la supuesta revolución del siglo XXI.

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