El perdón

El universo siente la partida de un gran hombre. Quedan lecciones en todos los entendimientos; lo lloran tanto como festejan su vida con cánticos y danzas. Su ejemplo como líder verdadero quedará en la memoria colectiva. Fue un político, su necesidad de servir, indicador del hombre que se dedica a esta práctica. Su amplia sonrisa, su gran corazón y su humildad crearon una diferencia o, lo que hoy podrían llamar una revolución.

Sus dos grandes armas fueron el perdón y el amor que lo llevaron a la sencilla, pero difícil realidad, de lograr la unidad y la unificación de decenas de etnias en un solo pueblo, el africano, como a él se denominó. Dejó un país que no tiene ojos para el color de la piel, ni de las diversas culturas o religiones, sino sólo para mirar hacia el futuro. Un mañana donde estas diferencias se han convertido en la fuerza, el motor para seguir adelante. No un país en donde las diferencias étnicas, las religiones, las diferentes ideologías o religiones se usaron para separar y creer que, porque por un tiempo la balanza se inclina hacia él, esto será permanente.

Nelson Mandela, Madiba, el padre, el respetado por todos, lo probó, perdonó e incluyó a quienes, sin derecho, le arrebataron 27 años y, con ellos, sus peores enemigos, hizo el Gobierno que construyó y revolucionó el país. Nunca utilizó la pobreza para agrandar su popularidad, la consideraba una injusticia construida por el hombre y luchó por ella, no a su favor, sino de los necesitados.

El amor hacia quienes lo rodeaban y el perdón fueron sus herramientas más importantes para construir y prueba de la generosidad de su espíritu, ese que nos acompañará por siempre.

Perdón, palabra que implica un acto inmenso de entrega y respeto. Valentía única que ya casi no se acostumbra, por lo menos, no en nuestra novel clase política y, sobre todo, bajo ninguna circunstancia, públicamente. Pedir disculpas, por una frase salida de las honduras de las más fieras iras causadas por resentimiento, todos sentimientos que un líder no puede permitirse. Perdón, sentimiento de nobleza, de cultura, de hombres y mujeres bien formados que hoy difícilmente podremos enseñar a nuestros hijos por falta de ejemplo de nuestros líderes.

Ojalá en la actualidad existieran muchos como él, especialmente en nuestro continente, porque sí, es verdad, seguimos necesitando una revolución en muchos sentidos, pero de las reales, de las que se gestan con entrega, con amor, con verdadero sentido político y más. De las que producen cambios positivos duraderos y bondadosos para con todos. Una revolución que inicia con el desprendimiento suficiente para entender que un período, sin importar la edad, es más que suficiente para enseñar del material que se está hecho y que si es bueno, se construye, uniendo, no separando.

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