‘Disculpen el trastorno, estamos cambiando al país’. En esta frase enviada por Twitter sobraron casi 90 caracteres, no necesitaba más, la juventud, la nueva generación, harta de los abusos del poder, despertaba tras una década de letargo, de aceptar todo lo que el poder y su aparato de propaganda decían.
Fueron testigos de cómo la corrupción carcomía a la sociedad, cómo los líderes políticos usaban los fondos públicos como si fuera dinero de su bolsillo. Vieron de todo, no se atrevían a protestar, no estaban preparados, los que salían a las calles a reclamar por los abusos o por el alto costo de la vida están en el Gobierno, con cargos burocráticos que no quieren perder.
Fue un despertar abrupto, inesperado. El poder creía que tenía todo bajo control. Creía. La juventud es rebelde por naturaleza, tardó más de 10 años en reaccionar y en lograr, por primera vez, perturbar la hegemonía de los partidos políticos, especialmente del que está en el poder.
El Partido de los Trabajadores (PT) que fundó Lula da Silva se creía el dueño de las calles, el único capaz de movilizar a obreros y a estudiantes. Creía. Hoy las calles de Brasil pertenecen a los jóvenes, a los estudiantes, a los obreros desencantados de ver cómo el poder se corrompe.
Desde las protestas en contra de la dictadura (lideradas precisamente por Lula) y las manifestaciones contra Collor de Melo, los brasileños no recordaban movilizaciones tan masivas, la diferencia es que los partidos políticos esta vez fueron rechazados por la fuerza emergente de la juventud.
La imagen de una Presidenta que fue torturada por la dictadura militar comenzó a esfumarse. Su vocación democrática de respeto a las movilizaciones no fue suficiente, la juventud brasileña perdió el miedo de salir a las calles, las vías públicas ya no son un monopolio del PT ni de ningún partido político. El mensaje era clarísimo: “El pueblo unido no necesita de un partido”.
Esa fuerza se autoconvocó a través de las redes sociales, el verdadero poder ahora se ejerce en las calles y el contemplativo Congreso comenzó a actuar, a legislar, a declarar a la corrupción como uno de los delitos más graves y sin derecho a fianza.
La justicia también puso las barbas a remojar. Es que los poderosos líderes del PT, sentenciados por protagonizar uno de los mayores escándalos de sobornos que recuerde la historia, recibieron sanciones muy leves.
En apenas una semana Brasil se transformó, no se trataba solamente de 20 centavos de reales más a la tarifa del transporte público. La primera economía de América y la sexta del mundo, la que mostraba conductas de manejo impecable, descuidó a su pueblo y a su juventud.
Se derrumbó el mito de que los brasileños se conformaban con el buen fútbol. Todo lo contrario, en la inauguración de la Copa de las Confederaciones comenzó todo con una silbatina ensordecedora que resonará por mucho tiempo en los oídos de la señora Dilma Rousseff.