Lo que perdemos

Al final del día, luego de tanta fricción y de tanta confrontación, de la tediosa repetición de lo mismo y lo mismo, de la crispación sin visos de cesar, lo que perdemos es mucho más de lo que ganamos. Sí, claro, podemos hablar todo el día respecto de las carreteras: de sus preciosos y funcionales peraltes, de lo bien señalizadas que están, de lo incomparables que son respecto de las de nuestros países vecinos y de lo que ustedes quieran. También podemos frotarnos las manos y hacer planes sobre la entrada en funcionamiento de nuevos proyectos eléctricos, de la funcionalidad de las oficinas públicas, de la digitalización de los procesos burocráticos, y así por el estilo. Del mismo modo podemos especular respecto del crecimiento de la economía (¿o se trata solamente de la expansión del comercio y de las compras?) y de las perspectivas de que, por lo menos a mediano plazo, el petróleo no baje de precio.

En medio de las emociones sobre la infraestructura y el cemento, ha desaparecido la política democrática sin que nadie diga, siquiera, esta boca es mía. ¿Cuánto tardaremos en recuperar nuestra capacidad de debate? Me refiero a recobrar la facultad de, sin presiones ni cortapisas del poder, discutir con seriedad y cierta altura qué es lo que nos conviene y lo que debemos evitar, si se debe o no emprender una reforma política, por ejemplo, o si estamos conformes con el sistema y con la constitución. Y si no les gusta lo de recuperar -siempre habrá alguien que argumente con algo de razón que nunca tuvimos capacidad de debate- entonces la pregunta debe ser cuándo crearemos y criaremos nuestra posibilidad de discusión.

¿Cuándo nos curaremos del miedo y de las presiones? ¿Cuándo recobraremos la capacidad de opinar y de informar sin temer los latigazos del poder, los efectos de una cadena nacional o de la pesada maquinaria de propaganda? ¿Cuándo perderemos la aletargada costumbre de leer periódicos aburridos y temerosos, de ver noticieros de televisión insulsos y mediatintas? ¿Cuándo podremos contrastar y comparar, con efectividad, las vanagloriadas virtudes del poder? ¿Cuándo aprenderemos a dudar del poder, a cuestionar sin aprensión de su inexistente infalibilidad, a asimilar que los políticos son nuestros representantes y no nuestros represores? Supongo que se debe empezar por entender que el poder no es majestad, sino servicio a la ciudadanía.

¿Cuándo estaremos en capacidad de asimilar que la democracia es mucho más que las puras elecciones y que los demócratas son los que valoran y respetan la opinión de los demás, los que aprecian la disidencia política, los que están en capacidad de escuchar y de parar de hablar de vez en cuando? ¿Cómo haremos para convencer que los más demócratas no son los que se dejan endulzar con las mieles del poder? Me temo que lo que perdemos es bastante y que la construcción del republicanismo y de la democracia demora más que cualquier infraestructura.

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