Últimamente, parece haber surgido un consenso en las élites empresariales y políticas del mundo respecto de cómo encarar la reacción antiglobalizadora que populistas como Donald Trump han sabido explotar tan bien. Afirmar confiadamente que la globalización beneficia a todos es ya cosa del pasado; ahora las élites admiten que la globalización genera ganadores y perdedores. Pero la respuesta correcta no es detenerla o revertirla, sino compensar a los segundos.
Nouriel Roubini ha expresado en pocas palabras el nuevo consenso: sostiene que “la reacción contra la globalización (…) puede ser contenida y gestionada a través de políticas que compensen a los trabajadores por sus daños y costos colaterales. Sólo mediante la promulgación de dichas políticas, los perdedores de la globalización empezarán a pensar que, con el transcurso del tiempo, ellos también podrán unirse a las filas de los ganadores”.Este argumento parece sumamente razonable. Hace mucho que los economistas saben que la liberalización del comercio internacional genera redistribución de ingresos y pérdidas absolutas para alguna gente, aunque mejore el desempeño económico general del país en cuestión. De modo que la única forma en que los tratados de libre comercio pueden mejorar inequívocamente el bienestar nacional es si los ganadores compensan a los perdedores. Esto también asegura el apoyo de más votantes al libre comercio, así que tiene sentido políticamente.
Antes del Estado de bienestar, la tensión entre apertura y redistribución se resolvía mediante la emigración masiva de trabajadores o la reimposición de medidas proteccionistas, especialmente en el sector agrícola. Pero con el surgimiento del Estado de bienestar, aquella limitación se volvió menos apremiante, lo que permitió una mayor liberalización del comercio.
Hoy los países avanzados que están más expuestos a la economía internacional son también los que tienen redes de protección y programas de seguridad social (Estado de bienestar) más amplios. Una investigación realizada en Europa probó que los perdedores de la globalización en un país tienden a apoyar programas sociales e intervenciones del mercado laboral más activos.
No es exagerado decir que el Estado de bienestar y la apertura económica han sido durante gran parte del siglo XX las dos caras de una misma moneda.
En comparación con la mayoría de los países europeos, Estados Unidos llegó tarde a la globalización.
Hasta hace poco, su gran mercado interno y su relativo aislamiento geográfico lo protegían bastante bien de las importaciones, especialmente procedentes de países de bajos salarios. Al mismo tiempo, su Estado de bienestar había sido siempre poco desarrollado.
Dani Rodrik
Project Syndicate