El totalitarismo de más abuso del poder es el que arrancando en su acceso al poder por la vía electoral, luego se envicia en el poder.
No hay que confundir ese totalitarismo con el régimen de dictadores (Batista en Cuba, los Somoza en Nicaragua, Stroessner en Paraguay, Duvalier en Haití y otros) que sobrevivieron en el poder por el apoyo imperial de gobiernos norteamericanos. El presidente Franklin D. Roosevelt habría dicho de Somoza padre “puede que sea un hijo de p…, pero es nuestro hijo de p…”.
Tampoco hay que confundirlo con las dictaduras militares, con protagonistas como Augusto Pinochet, o con gobernantes solo títeres, como otras del Cono Sur, Argentina, Uruguay y Brasil, auspiciadas y mantenidas por el apoyo imperial.
En los totalitarismos que arrancan desde el apoyo popular, más aún cuando ese apoyo se genera en reivindicaciones ofrecidas ante profundas depresiones colectivas o democracias viciadas, están los mayores peligros.
Fueron los casos de Hitler en Alemania y de Mussolini en Italia. Y otros en países “insignificantes”, en palabras de Assange.
Su origen de apoyo de masas, en las calles y en las urnas –elecciones, referendos y plebiscitos-, no está en duda; pero, ¿por qué no rectifican los pueblos en búsqueda de institucionalidad democrática? La capacidad de comunicación de los líderes totalitarios, multiplicada por las vías de comunicación y la publicidad masiva, lo explica. Goebbels fue el gran ideólogo de la alienante publicidad nazi. Son conocidos sus principios:
Si una mentira se repite lo suficiente, como que acaba por convertirse en verdad. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida, cuanto más grande sea la masa a convencer, para eso se la dirige.
Si no se puede negar corrupción u otros malos eventos que se desnuden o denuncien, el poder debe inventar otros eventos para disminuir el impacto de los que les pueden afectar y ahogar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos. Además, habrá que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa.
Construir versiones “creíbles” en base de informaciones fragmentadas.
Las respuestas del adversario, con menos posibilidad de difundirse, nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones y desinformaciones.
La propaganda “útil” siempre opera a partir de un sustrato preexistente, o de una agregación de odios y prejuicios, por ejemplo, contra los que en otras circunstancias han acumulado poder o dinero. La historia se repite con la fuerza de las nuevas tecnologías.