Es el calificativo que le corresponde –enanizado-, al pensamiento político, es decir a las ideas políticas de quienes se presentan como candidatos a ocupar la Presidencia de la República, en oposición a Rafael Correa, el presidente-candidato.
Con excepción de Alberto Acosta, a los seis restantes parece que se les fue el tiempo en buscar adeptos y financiamiento, para sus ajetreos de campaña. No tuvieron tiempo para pensar, ¡el dolor de pensar! De ahí que asombra la pobreza de argumentos con los que se presentan ante la opinión pública. Los grandes problemas nacionales, intocados; como no ser cuestionar lo realizado por el actual Gobierno o pretender superarlo como eso de subir el bono de 30 a 50 dólares. El candidato del MPD y de Pachakutik es otra cosa. Se ha preparado para “transformar estructuralmente nuestro país” al igual que ‘los diez de Luluncoto’ (!). Hay también cinismo: abanderados de la libertad de expresión quienes descubrieron que los juicios penales, con una justicia politizada, eran mecanismos como para hacerle temblar a cualquiera. Son los que se disputaban a dentelladas el control de las salas de lo penal cuando la Pichicorte.
A lo que voy. Pregunto al avisado lector si les ha oído a los candidatos de oposición tratar esos dos temas en los que se juega nuestro futuro: la educación superior y la investigación científica y tecnológica. Ni hostia de lo último. Como no podía ser de otra forma, el Coronel que salió pitando del Palacio de Carondelet si se refirió a la educación superior: reapertura de las pésimas universidades que fueron clausuradas, libre ingreso a las universidades y que cada quisque escoja la profesión que le viniera en gana. En los desventurados países africanos, un candidato de peso el señor Coronel.
Es como para sentirse desamparado de la mano de Dios. Peor que en Sodoma y Gomorra, ciudades en las que sí hubo un justo. Ninguno de los candidatos ni de pasada se ha referido a la Ciudad del Conocimiento (Yachay) que ya no es un proyecto en el papel, sino la obra iniciada de toda una mayúscula política de Estado estrechamente relacionada con nuestro desarrollo en el entendimiento que hemos renunciado a la maldición de ser un pequeño país que se va hundiendo en el pantano de aquellos que no saben otra cosa que exportar sus materias primas, e importarlas con un alto valor agregado.
El país les hubiera agradecido a los candidatos de oposición, triunfen o no, si con sus luces hubieran contribuido a que la Ciudad del Conocimiento llegue a ser la gran obra decidida por consenso, o simple y llanamente dejarla ahí nomás como un sueño imposible. Pensamiento enanizado, inmediatista, sesgado, no apto para conducir los destinos de un pueblo, el de los más de los políticos que en estos días se presentan en la palestra pública.